29 de octubre de 2008

Vivamos en concordia, fuera de murmuración y crítica

Miércoles XXX Semana del tiempo ordinario

Carta a los Corintios 30,3-4; 34,2-35, 5, de San Clemente I

Es necesario, por tanto, que estemos siempre dispuestos a obrar el bien, pues todo cuanto poseemos nos lo ha dado Dios. Él, en efecto, ya nos ha prevenido, diciendo: Mirad, el Señor Dios llega, y viene con él su salario para pagar a cada uno su propio trabajo. De esta forma, pues, nos exhorta a nosotros, que creemos en él con todo nuestro corazón, a que, sin pereza ni desidia, nos entreguemos al ejercicio de las buenas obras. Nuestra gloria y nuestra confianza estén siempre en él; vivamos siempre sumisos a su voluntad y pensemos en la multitud de ángeles que están en su presencia, siempre dispuestos a cumplir sus órdenes. Dice, en efecto, la Escritura: Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes y gritaban, diciendo: «¡Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de su gloria!».

Nosotros, pues, también con un solo corazón y con una sola voz, elevemos el canto de nuestra común fidelidad, aclamando sin cesar al Señor, a fin de tener también nuestra parte en sus grandes y maravillosas promesas. Porque él ha dicho: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman.

¡Qué grandes y maravillosos son, amados hermanos, lo dones de Dios! La vida en la inmortalidad, el esplendor en la justicia, la verdad en la libertad, la fe en la confianza la templanza en la santidad; y todos estos dones son lo que están, ya desde ahora, al alcance de nuestro conocimiento. ¿Y cuáles serán, pues, los bienes que están preparados para los que lo aman? Solamente los conoce el Artífice supremo, el Padre de los siglos; sólo él sabe su número y su belleza.

Nosotros, pues, si deseamos alcanzar estos dones, procuremos, con todo ahínco, ser contados entre aquellos que esperan su llegada. ¿Y cómo podremos lograrlo, amados hermanos? Uniendo a Dios nuestra alma con toda nuestra fe, buscando siempre con diligencia lo que es grato y acepto a sus ojos, realizando lo que está de acuerdo con su santa voluntad, siguiendo la senda de la verdad y rechazando de nuestra vida toda injusticia.

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R/. Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; porque tú eres mi Dios y Salvador, y todo el día te estoy esperando.

V/. Mírame y ten piedad de mí, que estoy solo y afligido.

R/. Porque tú eres mi Dios y Salvador, y todo el día te estoy esperando.

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