26 de enero de 2008

San Timoteo y San Tito, obispos


Dia 26 de Enero

De las homilías (Homilía 2 sobre las alabanzas de san Pablo: PG 50, 480-484), de
San Juan Crisóstomo, obispo


Pablo, encerrado en la cárcel, habitaba ya en el cielo, y recibía los azotes y heridas con un agrado superior al de los que conquistan el premio en los juegos; amaba los sufrimientos no menos que el premio, ya que estos mismos sufrimientos, para él, equivalían al premio; por esto, los consideraba como una gracia. Sopesemos bien lo que esto significa. El premio consistía ciertamente en partir para estar con Cristo; en cambio, quedarse en esta vida significaba el combate; sin embargo, el mismo anhelo de estar con Cristo lo movía a diferir el premio, llevado del deseo del combate, ya que lo juzgaba más necesario.

Comparando las dos cosas, el estar separado de Cristo representaba para él el combate y el sufrimiento, más aún el máximo combate y el máximo sufrimiento. Por el contrario, estar con Cristo representaba el premio sin comparación; con todo, Pablo, por amor a Cristo, prefiere el combate al premio.

Alguien quizá dirá que todas estas dificultades él las tenía por suaves, por su amor a Cristo. También yo lo admito, ya que todas aquellas cosas, que para nosotros son causa de tristeza, en él engendraban el máximo deleite. Y ¿para qué recordar las dificultades y tribulaciones? Su gran aflicción le hacía exclamar: ¿Quién enferma sin que yo enferme?; ¿quién cae sin que a mi me dé fiebre?

Os ruego que no sólo admiréis, sino que también imitéis este magnífico ejemplo de virtud: así podremos ser partícipes de su corona.

Y, si alguien se admira de esto que hemos dicho, a saber, que el que posea unos méritos similares a los de Pablo obtendrá una corona semejante a la suya, que atienda a las palabras del mismo Apóstol: He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida. ¿Te das cuenta de cómo nos invita a todos a tener parte en su misma gloria?

Así pues, ya que a todos nos aguarda una misma corona de gloria, procuremos hacernos dignos de los bienes que tenemos prometidos.

Y no sólo debemos considerar en el Apóstol la magnitud y excelencia de sus virtudes y su pronta y robusta disposición de ánimo, por las que mereció llegar a un premio tan grande, sino que hemos de pensar también que su naturaleza era en todo igual a la nuestra; de este modo, las cosas más arduas nos parecerán fáciles y llevaderas y, esforzándonos en este breve tiempo de nuestra vida, alcanzaremos aquella corona incorruptible e inmortal, por la gracia y la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, a quien pertenece la gloria y el imperio ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

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R/. Tú, hombre de Dios, practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza. Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna.

V/. Habla de lo que es conforme a la sana doctrina.

R/. Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna.

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La oblación pura de la Iglesia


Sabado II del año

Contra las herejías 4,18,1-2.4.5, de San Ireneo


El sacrificio puro y acepto a Dios es la oblación de la Iglesia, que el Señor mandó que se ofreciera en todo el mundo, no porque Dios necesite nuestro sacrificio, sino porque el que ofrece es glorificado él mismo en lo que ofrece, con tal de que sea aceptada su ofrenda. La ofrenda que hacemos al rey es una muestra de honor y de afecto; y el Señor nos recordó que debemos ofrecer nuestras ofrendas con toda sinceridad e inocencia, cuando dijo: Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Hay que ofrecer a Dios las primicias de su creación, como dice Moisés: No te presentarás al Señor, tu Dios, con las manos vacías; de este modo, el hombre, hallado grato en aquellas mismas cosas que a él le son gratas, es honrado por parte de Dios.

Y no hemos de pensar que haya sido abolida toda clase de oblación, pues las oblaciones continúan en vigor ahora como antes: el antiguo pueblo de Dios ofrecía sacrificios, y la Iglesia los ofrece también. Lo que ha cambiado es la forma de la oblación, puesto que los que ofrecen no son ya siervos, sino hombres libres. El Señor es uno y el mismo, pero es distinto el carácter de la oblación, según sea ofrecida por siervos o por hombres libres; así la oblación demuestra el grado de libertad. Por lo que se refiere a Dios, nada hay sin sentido, nada que no tenga su significado y su razón de ser. Y, por esto, los antiguos hombres debían consagrarle los diezmos de sus bienes; pero nosotros, que ya hemos alcanzado la libertad, ponemos al servicio del Señor la totalidad de nuestros bienes, dándolos con libertad y alegría, aun los de más valor, pues lo que esperamos vale más que todos ellos; echamos en el cepillo de Dios todo nuestro sustento, imitando así el desprendimiento de aquella viuda pobre del Evangelio.

Es necesario, por tanto, que presentemos nuestra ofrenda a Dios y que le seamos gratos en todo, ofreciéndole, con mente sincera, con fe sin mezcla de engaño, con firme esperanza, con amor ferviente, las primicias de su creación. Esta oblación pura sólo la Iglesia puede ofrecerla a su Hacedor, ofreciéndole con acción de gracias del fruto de su creación.

Le ofrecemos, en efecto, lo que es suyo, significando, con nuestra ofrenda, nuestra unión y mutua comunión, y proclamando nuestra fe en la resurrección de la carne y del espíritu. Pues, del mismo modo que el pan, fruto de la tierra, cuando recibe la invocación divina, deja de ser pan común y corriente y se convierte en eucaristía, compuesta de dos realidades, terrena y celestial, así también nuestros cuerpos, cuando reciben la eucaristía, dejan ya de ser corruptibles, pues tienen la esperanza de la resurrección.

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R/. La ley, que presenta sólo una sombra de los bienes definitivos y no la imagen auténtica de la realidad, siempre, con los mismos sacrificios, año tras año, no puede nunca hacer perfectos a los que se acercan a ofrecerlos; pero Cristo con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados.

V/. Él nos amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor.

R/. Pero Cristo con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados.

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25 de enero de 2008

Encendido en el ardiente fuego del amor


Viernes II del año

Capítulos sobre la perfección espiritual 12-14, de Diadoco de Foticé


El que se ama a sí mismo no puede amar a Dios; en cambio, el que, movido por la superior excelencia de las riquezas del amor a Dios, deja de amarse a sí mismo ama a Dios. Y, como consecuencia, ya no busca nunca su propia gloria, sino más bien la gloria de Dios. El que se ama a sí mismo busca su propia gloria, pero el que ama a Dios desea la gloria de su Hacedor.

En efecto, es propio del alma que siente el amor a Dios buscar siempre y en todas sus obras la gloria de Dios y deleitarse en su propia sumisión a él, ya que la gloria conviene a la magnificencia de Dios; al hombre, en cambio, le conviene la humildad, la cual nos hace entrar a formar parte de la familia de Dios. Si de tal modo obramos, poniendo nuestra alegría en la gloria del Señor, no nos cansaremos de repetir, a ejemplo de Juan Bautista: Él tiene que crecer y yo tengo que menguar.

Sé de cierta persona que, aunque se lamentaba de no amar a Dios como ella hubiera querido, sin embargo, lo amaba de tal manera que el mayor deseo de su alma consistía en que Dios fuera glorificado en ella, y que ella fuese tenida en nada. El que así piensa no se deja impresionar por las palabras de alabanza, pues sabe lo que es en realidad; al contrario, por su gran amor a la humildad, no piensa en su propia dignidad, aunque fuese el caso que sirviese a Dios en calidad de sacerdote; su deseo de amar a Dios hace que se vaya olvidando poco a poco de su dignidad y que extinga en las profundidades de su amor a Dios, por el espíritu de humildad, la jactancia que su dignidad pudiese ocasionar, de modo que llega a considerarse siempre a sí mismo como un siervo inútil, sin pensar para nada en su dignidad, por su amor a la humildad. Lo mismo debemos hacer también nosotros, rehuyendo todo honor y toda gloria, movidos por la superior excelencia de las riquezas del amor a Dios, que nos ha amado de verdad.

Dios conoce a los que lo aman sinceramente, porque cada cual lo ama según la capacidad de amor que hay en su interior. Por tanto, el que así obra desea con ardor que la luz de este conocimiento divino penetre hasta lo más íntimo de su ser, llegando a olvidarse de sí mismo, transformado todo él por el amor.

El que es así transformado vive y no vive; pues, mientras vive en su cuerpo, el amor lo mantiene en un continuo peregrinar hacia Dios; su corazón, encendido en el ardiente fuego del amor, está unido a Dios por la llama del deseo, y su amor a Dios le hace olvidarse completamente del amor a sí mismo, pues, como dice el Apóstol, si empezamos a desatinar, a Dios se debía; si ahora nos moderamos es por vosotros.

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R/. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.

V/. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero.

R/.
Para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.

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Conversion del apostol San Pablo

Día 25 de Enero


Homilía 2 sobre las alabanzas de San Pablo (PG 50,477-480), de San Juan Crisóstomo, obispo

Qué es el hombre, cuán grande su nobleza y cuánta su capacidad de virtud lo podemos colegir sobre todo de la persona de Pablo. Cada día se levantaba con una mayor elevación y fervor de espíritu y, frente a los peligros que lo acechaban, era cada vez mayor su empuje, como lo atestiguan sus propias palabras: Olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante; y, al presentir la inminencia de su muerte, invitaba a los demás a compartir su gozo, diciendo: Estad alegres y asociaos a mi alegría; y, al pensar en sus peligros y oprobios, se alegra también dice, escribiendo a los corintios: Vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos y de las persecuciones; incluso llama a estas cosas armas de justicia, significando con ello que le sirven de gran provecho.

Y así, en medio de las asechanzas de sus enemigos, habla en tono triunfal de las victorias alcanzadas sobre los ataques de sus perseguidores y, habiendo sufrido en todas partes azotes, injurias y maldiciones, como quien vuelve victorioso de la batalla, colmado de trofeos, da gracias a Dios, diciendo: Doy gracias a Dios, que siempre nos asocia a la victoria de Cristo. Imbuido de estos sentimientos, se lanzaba a las contradicciones e injurias, que le acarreaba su predicación, con un ardor superior al que nosotros empleamos en la consecución de los honores, deseando la muerte más que nosotros deseamos la vida, la pobreza más que nosotros la riqueza, y el trabajo mucho que muchos otros apetecen el descanso que lo sigue. La única cosa que él temía era ofender a Dios; lo demás le tenía sin cuidado. Por esto mismo, lo único que deseaba era agradar siempre a Dios.

Y, lo que era para él lo más importante de todo, gozaba del amor de Cristo; con esto se consideraba el más dichoso de todos, sin esto le era indiferente asociarse a los poderosos y a los príncipes; prefería ser, con este amor, el último de todos, incluso del número de los condenados, que formar parte, sin él, de los más encumbrados y honorables.

Para él, el tormento más grande y extraordinario era el verse privado de este amor: para él, su privación significaba el infierno, el único sufrimiento, el suplicio infinito e intolerable.

Gozar del amor de Cristo representaba para él la vida, el mundo, la compañía de los ángeles, los bienes presentes y futuros, el reino, las promesas, el conjunto de todo bien; sin este amor, nada catalogaba como triste o alegre. Las cosas de este mundo no las consideraba, en sí mismas, ni duras ni suaves.

Las realidades presentes las despreciaba como hierba ya podrida. A los mismos gobernantes y al pueblo enfurecido contra él les daba el mismo valor que a un insignificante mosquito.

Consideraba como un juego de niños la muerte y la más variada clase de tormentos y suplicios, con tal de poder sufrir algo por Cristo.

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R/. Dios tuvo compasión de mí, porque yo no era creyente y no sabía lo que hacía. El Señor derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor en Cristo Jesús.

V/. Yo no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios.

R/. El Señor derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor en Cristo Jesús.

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24 de enero de 2008

Cristo Jesús intercede por nosotros


Jueves II del año

Carta 14,36-37, de San Fulgencio de Ruspe


Fijaos que en la conclusión de las oraciones decimos: "Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo"; en cambio, nunca decimos: "Por el Espíritu Santo". Esta práctica universal de la Iglesia tiene su explicación en aquel misterio según el cual, el mediador entre Dios y los hombres es el hombre Cristo Jesús, sacerdote eterno según el rito de Melquisedec, que entró una vez para siempre con su propia sangre en el santuario, pero no en un santuario construido por hombres, imagen del auténtico, sino en el mismo cielo, donde está a la derecha de Dios e intercede por nosotros.

Teniendo ante sus ojos este oficio sacerdotal de Cristo, dice el Apóstol: Por su medio, ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que profesan su nombre. Por él, pues, ofrecemos el sacrificio de nuestra alabanza y oración, ya que por su muerte fuimos reconciliados cuando éramos todavía enemigos. Por él, que se dignó hacerse sacrificio por nosotros, puede nuestro sacrificio ser agradable en la presencia de Dios. Por esto, nos exhorta san Pedro: También vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo. Por este motivo, decimos a Dios Padre: "Por nuestro Señor Jesucristo".

Al referirnos al sacerdocio de Cristo, necesariamente hacemos alusión al misterio de su encarnación, en el cual el Hijo de Dios, a pesar de su condición divina, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, según la cual se rebajó hasta someterse incluso a la muerte; es decir, fue hecho un poco inferior a los ángeles, conservando no obstante su divinidad igual al Padre. El Hijo fue hecho un poco inferior a los ángeles en cuanto que, permaneciendo igual al Padre, se dignó hacerse como un hombre cualquiera. Se abajó cuando se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo. Más aún, el abajarse de Cristo es el total anonadamiento, que no otra cosa fue el tomar la condición de esclavo.

Cristo, por tanto, permaneciendo en su condición divina, en su condición de Hijo único de Dios, según la cual le ofrecemos el sacrificio igual que al Padre, al tomar la condición de esclavo, fue constituido sacerdote, para que, por medio de él, pudiéramos ofrecer la hostia viva, santa, grata a Dios. Nosotros no hubiéramos podido ofrecer nuestro sacrificio a Dios si Cristo no se hubiese hecho sacrificio por nosotros: en él nuestra propia raza humana es un verdadero y saludable sacrificio. En efecto, cuando precisamos que nuestras oraciones son ofrecidas por nuestro Señor, sacerdote eterno, reconocemos en él la verdadera carne de nuestra misma raza, de conformidad con lo que dice el Apóstol: Todo sumo sacerdote, escogido entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados.

Pero, al decir:"tu Hijo", añadimos: "que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo", para recordar, con esta adición, la unidad de naturaleza que tienen el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y significar, de este modo, que el mismo Cristo, que por nosotros ha asumido el oficio de sacerdote, es por naturaleza igual al Padre y al Espíritu Santo.

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R/. Acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente.

V/. No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades.

R/. Para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente.

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San Francisco de Sales, obispo


Día 24 de Enero

De la introducción a la vida devota (parte 1, cap 3), de San Francisco de Sales


En la misma creación, Dios creador mandó a las plantas que diera cada una fruto según su propia especie: así también mandó a los cristianos, que son como las plantas de su Iglesia viva, que cada uno diera un fruto de devoción conforme a su calidad, estado y vocación.

La devoción, insisto, se ha de ejercitar de diversas maneras, según que se trate de una persona noble o de un obrero, de un criado o de un príncipe, de una viuda o de una joven soltera, o bien de una mujer casada. Más aún: la devoción se ha de practicar de un modo acomodado a las fuerzas, negocios y ocupaciones particulares de cada uno.

Dime, te ruego, mi Filotea, si sería lógico que los obispos quisieran vivir entregados a la soledad, al modo de los cartujos; que los casados no se preocuparan de aumentar su peculio más que los religiosos capuchinos; que un obrero se pasara el día en la iglesia, como un religioso; o que un religioso, por el contrario, estuviera continuamente absorbido, a la manera de un obispo, por todas las circunstancias que atañen a las necesidades del prójimo. Una tal devoción ¿por ventura no sería algo ridículo, desordenado o inadmisible?

Y con todo, esta equivocación absurda es de lo más frecuente. No ha de ser así; la devoción, en efecto, mientras sea auténtica y sincera, nada destruye, sino que todo lo perfecciona y completa, y, si alguna vez resulta de verdad contraria a la vocación o estado de alguien, sin duda es porque se trata de una falsa devoción.

La abeja saca miel de las flores sin dañarlas ni destruirlas, dejándolas tan íntegras, incontaminadas y frescas como las ha encontrado. Lo mismo, y mejor aún, hace la verdadera devoción: ella no destruye ninguna clase de vocación o de ocupaciones, sino que las adorna y embellece.

Del mismo modo que algunas piedras preciosas bañadas en miel se vuelven más fúlgidas y brillantes, sin perder su propio color, así también el que a su propia vocación junta la devoción se hace más agradable a Dios y más perfecto. Esta devoción hace que sea mucho más apacible el cuidado de la familia, que el amor mutuo entre marido y mujer sea más sincero, que la sumisión debida a los gobernantes sea más leal, y que todas las ocupaciones, de cualquier clase que sean, resulten más llevaderas y hechas con más perfección.

Es, por tanto, un error, por no decir una herejía, el pretender excluir la devoción de los regimientos militares, del taller de los obreros, del palacio de los príncipes, de los hogares y familias; hay que admitir, amadísima Filotea, que la devoción puramente contemplativa, monástica y religiosa puede ser ejercida en estos oficios y estados; pero, además de este triple género de devoción, existen también otros muchos y muy acomodados a las diversas situaciones de la vida seglar.

Así pues, en cualquier situación en que nos hallemos, debemos y podemos aspirar a la vida de perfección.

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R/. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo. Sed imitadores de Dios, como hijos queridos.

V/. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón.

R/. Sed imitadores de Dios, como hijos queridos.

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23 de enero de 2008

San Ildefonso, obispo


Día 23 de Enero

Libro sobre el conocimiento del bautismo (Caps 15-16: PL 96,117-118), de San Ildefonso


Vino el Señor para ser bautizado por el siervo Por humildad, el siervo lo apartaba, diciendo: Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí? Pero, por justicia, el Señor se lo ordenó, respondiendo: Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere.

Después de esto, declinó el bautismo de Juan, que era bautismo de penitencia y sombra de la verdad, y empezó el bautismo de Cristo, que es la verdad, en el cual se obtiene la remisión de los pecados, aun cuando no bautizase Cristo, sino sus discípulos. En este caso, bautiza Cristo, pero no bautiza. Y las dos cosas son verdaderas bautiza Cristo, porque es él quien purifica, pero no bautiza, porque no es él quien baña. Sus discípulos, en aquel tiempo, ponían las acciones corporales de su ministerio, como hacen también ahora los ministros, pero Cristo ponía el auxilio de su majestad divina. Nunca deja de bautizar el que no cesa de purificar; y, así, hasta el fin de los siglos, Cristo es el que bautiza, porque es siempre él quien purifica.

Por tanto, que el hombre se acerque con fe al humilde ministro, ya que éste está respaldado por tan gran maestro. El maestro es Cristo. Y la eficacia de este sacramento reside no en las acciones del ministro, sino en el poder del maestro, que es Cristo.

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R/. Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo fuimos incorporados a su muerte.

V/. Su morir fue un morir al pecado, su vivir es un vivir para Dios.

R/. Fuimos incorporados a su muerte.

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Dios quiere que todos los hombres se salven


Miércoles II del año

Lumen gentium 2.16, del Concilio Vaticano II


El Padre eterno, por un libérrimo y misterioso designio de su sabiduría y de su bondad, creó el mundo universo, decretó elevar a los hombres a la participación de la vida divina y, caídos por el pecado de Adán, no los abandonó, sino que les otorgó siempre los auxilios necesarios para la salvación, en atención a Cristo redentor, que es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura. El Padre, desde toda la eternidad, conoció a los que había escogido y los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos hermanos.

Determinó reunir a cuantos creen en Cristo en la santa Iglesia, la cual fue ya prefigurada desde el origen del mundo y preparada admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en el antiguo Testamento, fue constituida en los últimos tiempos y manifestada por la efusión del Espíritu y se perfeccionará gloriosamente al fin de los tiempos. Entonces, como se lee en los santos Padres, todos los justos descendientes de Adán, desde Abel el justo hasta el último elegido, se congregarán delante del Padre en una Iglesia universal.

Por su parte, todos aquellos que todavía no han recibido el Evangelio están ordenados al pueblo de Dios por varios motivos.

Y, en primer lugar, aquel pueblo a quien se confiaron las alianzas y las promesas, y del que nació Cristo según la carne; pueblo, según la elección, amadísimo a causa de los padres: porque los dones y la vocación de Dios son irrevocables.

Pero el designio de salvación abarca también a todos los que reconocen al Creador, entre los cuales están en primer lugar los musulmanes, que, confesando profesar la fe de Abrahán, adoran con nosotros a un solo Dios, misericordioso, que ha de juzgar a los hombres en el último día.

Este mismo Dios tampoco está lejos de aquellos otros que, entre sombras e imágenes, buscan al Dios desconocido, puesto que es el Señor quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas, y el Salvador quiere que todos los hombres se salven.

Pues los que inculpablemente desconocen el Evangelio y la Iglesia de Cristo, pero buscan con sinceridad a Dios y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, en cumplir con sus obras la voluntad divina, conocida por el dictamen de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna. Y la divina Providencia no niega los auxilios necesarios para la salvación a aquellos que, sin culpa por su parte, no han llegado todavía a un expreso conocimiento de Dios y se esfuerzan, con la gracia divina, en conseguir una vida recta.

La Iglesia considera que todo lo bueno y verdadero que se da entre estos hombres es como una preparación al Evangelio y que es dado por aquel que ilumina a todo hombre para que al fin tenga la vida.

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R/. Éste es el plan que había proyectado realizar por Cristo cuando llegase el momento culminante: recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra.

V/. En él quiso Dios que residiera toda la plenitud, y por él quiso reconciliar consigo todos los seres.

R/. Todas las cosas del cielo y de la tierra.

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22 de enero de 2008

San Vicente, diácono y mártir


Dia 22 de Enero

De los sermones (Sermón 276, 1-2: PL 38,1256), de San Agustín, obispo


A vosotros se os ha concedido la gracia -dice el Apóstol-, de estar del lado de Cristo, no sólo creyendo en él, sino sufriendo por él.

Una y otra gracia había recibido del diácono Vicente, las había recibido y, por esto, las tenía. Si no las hubiese recibido, ¿cómo hubiera podido tenerlas? En sus palabras tenía la fe, en sus sufrimientos la paciencia.

Nadie confíe en sí mismo al hablar; nadie confíe en sus propias fuerzas al sufrir la prueba, ya que, si hablamos con rectitud y prudencia, nuestra sabiduría proviene de Dios y, si sufrimos los males con fortaleza, nuestra paciencia es también don suyo.

Recordad qué advertencias da a los suyos Cristo, el Señor, en el Evangelio; recordad que el Rey de los mártires es quien equipa a sus huestes con las armas espirituales, quien les enseña el modo de luchar, quien les suministra su ayuda, quien les promete el remedio, quien, habiendo dicho a sus discípulos: En el mundo tendréis luchas, añade inmediatamente, para consolarlos y ayudarlos a vencer el temor: Pero tened valor: yo he vencido al mundo.

¿Por qué admirarnos, pues, amadísimos hermanos, de que Vicente venciera en aquel por quien había sido vencido el mundo? En el mundo - dice- tendréis luchas; se lo dice para que estas luchas no los abrumen, para que en el combate no sean vencidos. De dos maneras ataca el mundo a los soldados de Cristo: los halaga para seducirlos, los atemoriza para doblegarlos. No dejemos que nos domine el propio placer, no dejemos que nos atemorice la ajena crueldad, y habremos vencido al mundo.

En uno y otro ataque sale al encuentro Cristo, para que el cristiano no sea vencido. La constancia en el sufrimiento que contemplamos en el martirio que hoy conmemoramos es humanamente incomprensible, pero la vemos como algo natural si en este martirio reconocemos el poder divino.

Era tan grande la crueldad que se ejercitaba en el cuerpo del mártir y tan grande la tranquilidad con que él hablaba, era tan grande la dureza con que eran tratados sus miembros y tan grande la seguridad con que sonaban sus palabras, que parecía como si el Vicente que hablaba no fuera el mismo que sufría el tormento.

Es que, en realidad, hermanos, así era: era otro el que hablaba. Así lo había prometido Cristo a sus testigos, en el Evangelio, al prepararlos para semejante lucha. Había dicho, en efecto: No os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis. No seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros.

Era, pues, el cuerpo de Vicente el que sufría, pero era el Espíritu quien hablaba, y, por estas palabras del Espíritu, no sólo era redargüida la impiedad, sino también confortada la debilidad

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R/. Me ha probado el Señor como el oro en el crisol; mis pies pisaban sus huellas, seguían su camino sin torcerse.

V/. Lo perdí todo para conocer a Cristo, y la comunión con sus padecimientos.

R/. Mis pies pisaban sus huellas, seguían su camino sin torcerse.

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El amor nos une a Dios


Martes II del año

Corintios 49-50, de San Clemente, papa

El que posee el amor de Cristo que cumpla sus mandamientos. ¿Quién será capaz de explicar debidamente el vinculo que el amor divino establece? ¿Quién podrá dar cuenta de la grandeza de su hermosura? El amor nos eleva hasta unas alturas inefables. El amor nos une a Dios, el amor cubre la multitud de los pecados, el amor lo aguanta todo, lo soporta todo con paciencia; nada sórdido ni altanero hay en él; el amor no admite divisiones, no promueve discordias, sino que lo hace todo en la concordia; en el amor hallan su perfección todos los elegidos de Dios, y sin él nada es grato a Dios. En el amor nos acogió el Señor: por su amor hacia nosotros, nuestro Señor Jesucristo, cumpliendo la voluntad del Padre, dio su sangre por nosotros, su carne por nuestra carne, su vida por nuestras vidas.

Ya veis, amados hermanos, cuán grande y admirable es el amor y cómo es inenarrable su perfección. Nadie es capaz de practicarlo adecuadamente, si Dios no le otorga este don. Oremos, por tanto, e imploremos la misericordia divina, para que sepamos practicar sin tacha el amor, libres de toda parcialidad humana. Todas las generaciones anteriores, desde Adán hasta nuestros días, han pasado; pero los que por gracia de Dios han sido perfectos en el amor obtienen el lugar destinado a los justos y se manifestarán el día de la visita del reino de Cristo. Porque está escrito: Anda, pueblo mío, entra en los aposentos y cierra la puerta por dentro; escóndete un breve instante mientras pasa la cólera; y me acordaré del día bueno y os haré salir de vuestros sepulcros.

Dichosos nosotros, amados hermanos, si cumplimos los mandatos del Señor en la concordia del amor, porque este amor nos obtendrá el perdón de los pecados. Está escrito: Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito y en cuyo espíritu no hay falsedad. Esta proclamación de felicidad atañe a los que, por Jesucristo nuestro Señor, han sido elegidos por Dios, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

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R/. Nosotros hemos creído en el amor que Dios nos tiene. Quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él.

V/. Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios.

R/. Quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él.

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El día natalicio de santa Inés


Dia 21 de Enero

Del tratado sobre las vírgenes (Libro I, caps. 2.5.7-9: PL 16 [edición 1845], 189-191), de San Ambrosio, obispo


Celebramos hoy el nacimiento para el cielo de una virgen, imitemos su integridad; se trata también de una mártir, ofrezcamos el sacrificio. Es el día natalicio de santa Inés. Sabemos por tradición que murió mártir a los doce años de edad. Destaca en su martirio, por una parte, la crueldad que no se detuvo ni ante una edad tierna; por otra, la fortaleza que infunde la fe, capaz de dar testimonio en la persona de una jovencita.

¿Es que en aquel cuerpo tan pequeño cabía herida alguna? Y, con todo, aunque en ella no encontraba la espada donde descargar su golpe, fue ella capaz de vencer a la espada. Y eso que a esta edad las niñas no pueden soportar ni la severidad del rostro de sus padres, y si distraídamente se pinchan con una aguja, se poner a llorar como si se tratara de una herida.

Pero ella, impávida entre las sangrientas manos del verdugo, inalterable al ser arrastrada por pesadas y chirriantes cadenas, ofrece todo su cuerpo a la espada del enfurecido soldado, ignorante aún de lo que es la muerte, pero dispuesta a sufrirla; al ser arrastrada por la fuerza al altar idolátrico, entre las llamas tendía hacia Cristo sus manos, y así, en medio de la sacrílega hoguera, significaba con esta posición el estandarte triunfal de la victoria del Señor; intentaban aherrojar su cuello y sus manos con grilletes de hierro, pero sus miembros resultaban demasiado pequeños para quedar encerrados en ellos.

¿Una nueva clase de martirio? No tenía aún edad de ser condenada, pero estaba ya madura para la victoria; la lucha se presentaba difícil, la corona fácil; lo que parecía imposible por su poca edad lo hizo posible su virtud consumada. Una recién casada no iría al tálamo nupcial con la alegría con que iba esta doncella al lugar del suplicio, con prisa y contenta de su suerte, adornada su cabeza no con rizos, sino con el mismo Cristo, coronada no de flores, sino de virtudes.

Todos lloraban, menos ella. Todos se admiraban de que, con tanta generosidad, entregara una vida de la que aún no había comenzado a gozar, como si ya la hubiese vivido plenamente. Todos se asombraban de que fuera ya testigo de Cristo una niña que, por su edad, no podía aún dar testimonio de sí misma. Resultó así que fue capaz de dar fe de las cosas de Dios una niña que era incapaz legalmente de dar fe de las cosas humanas, porque el Autor de la naturaleza puede hacer que sean superadas las leyes naturales.

El verdugo hizo lo posible para aterrorizarla, para atraerla con halagos, muchos desearon casarse con ella. Pero ella dijo:

«Sería una injuria para mi Esposo esperar a ver si me gusta otro; él me ha elegido primero, él me tendrá. ¿A qué esperas, verdugo, para asestar el golpe? Perezca el cuerpo que puede ser amado con unos ojos a los que no quiero».

Se detuvo, oró, doblegó la cerviz. Hubieras visto cómo temblaba el verdugo, como si él fuese el condenado; como temblaba su diestra al ir a dar el golpe, cómo palidecían los rostros al ver lo que le iba a suceder a la niña, mientras ella se mantenía serena. En una sola víctima tuvo lugar un doble martirio: el de la castidad y el de la fe. Permaneció virgen y obtuvo la gloria del martirio.

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R/. Celebremos la festividad de santa Inés, recordemos su glorioso martirio: En su juventud venció a la muerte y encontró la vida.

V/. Pues amó únicamente al Autor de la vida.

R/. En su juventud venció a la muerte y encontró la vida.

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21 de enero de 2008

La fe y el amor son el principio y el fin de la vida


Lunes II del año

Efesios 13 - 18,1, de San Ignacio de Antioquía


Procurad reuniros con más frecuencia para celebrar la acción de gracias y la alabanza divina. Cuando os reunís con frecuencia en un mismo lugar, se debilita el poder de Satanás, y la concordia de vuestra fe le impide causaros mal alguno. Nada mejor que la paz, que pone fin a toda discordia en el cielo y en la tierra.

Nada de esto os es desconocido, si mantenéis de un modo perfecto, en Jesucristo, la fe y la caridad, que son el principio y el fin de la vida: el principio es la fe, el fin es la caridad. Cuando ambas virtudes van a la par, se identifican con el mismo Dios, y todo lo demás que contribuye al bien obrar se deriva de ellas. El que profesa la fe no peca, y el que posee la caridad no odia. Por el fruto se conoce al árbol; del mismo modo, los que hacen profesión de pertenecer a Cristo se distinguen por sus obras. Lo que nos interesa ahora, más que hacer una profesión de fe, es mantenernos firmes en esa fe hasta el fin.

Es mejor callar y obrar que hablar y no obrar. Buena cosa es enseñar, si el que enseña también obra. Uno solo es el maestro, que lo dijo, y existió; pero también es digno del Padre lo que enseñó sin palabras. El que posee la palabra de Jesús es capaz de entender lo que él enseñó sin palabras y llegar así a la perfección, obrando según lo que habla y dándose a conocer por lo que hace sin hablar. Nada hay escondido para el Señor, sino que aun nuestros secretos más íntimos no escapan a su presencia. Obremos, pues, siempre conscientes de que él habita en nosotros, para que seamos templos suyos y él sea nuestro Dios en nosotros, tal como es en realidad y tal como se manifestará ante nuestra faz; por esto, tenemos motivo más que suficiente para amarlo.

No os llaméis a engaño, hermanos míos. Los que perturban las familias no heredarán el reino de Dios. Ahora bien, si los que así perturban el orden material son reos de muerte, ¿cuánto más los que corrompen con sus falsas enseñanzas la fe que proviene de Dios, por la cual fue crucificado Jesucristo? Estos tales, manchados por su iniquidad, irán al fuego inextinguible, como también los que les hacen caso.

Para esto, el Señor recibió el ungüento en su cabeza, para infundir en la Iglesia la incorrupción. No os unjáis con el repugnante olor de las enseñanzas del príncipe de este mundo, no sea que os lleve cautivos y os aparte de la vida que tenemos prometida. ¿Por qué no somos todos prudentes, si hemos recibido el conocimiento de Dios, que es Jesucristo? ¿Por qué nos perdemos neciamente, no reconociendo el don que en verdad nos ha enviado el Señor?

Mi espíritu es el sacrificio expiatorio de la cruz, la cual para los incrédulos es motivo de escándalo, mas para nosotros es la salvación y la vida eterna.

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R/. Todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, ofreciendo la acción de gracias a Dios Padre por medio de él.

V/. Hacedlo todo para gloria de Dios.

R/. Sea todo en nombre del Señor Jesús, ofreciendo la acción de gracias a Dios Padre por medio de él.

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20 de enero de 2008

Glorifiquemos al que nos glorifica


Domingo II semana del año

Efesios 2,2 - 5,2, de San Ignacio de Antioquía


Es justo que vosotros glorifiquéis de todas las maneras a Jesucristo, que os ha glorificado a vosotros, de modo que, unidos en una perfecta obediencia, sumisos a vuestro obispo y al colegio presbiteral, seáis en todo santificados.

No os hablo con autoridad, como si fuera alguien. Pues, aunque estoy encarcelado por el nombre de Cristo, todavía no he llegado a la perfección en Jesucristo. Ahora, precisamente, es cuando empiezo a ser discípulo suyo y os hablo como a mis condiscípulos. Porque lo que necesito más bien es ser fortalecido por vuestra fe, por vuestras exhortaciones, vuestra paciencia, vuestra ecuanimidad. Pero, como el amor que os tengo me obliga a hablaros también acerca de vosotros, por esto me adelanto a exhortaros a que viváis unidos en el sentir de Dios. En efecto, Jesucristo, nuestra vida inseparable, expresa el sentir del Padre, como también los obispos, esparcidos por el mundo, son la expresión del sentir de Jesucristo.

Por esto debéis estar acordes con el sentir de vuestro obispo, como ya lo hacéis. Y en cuanto a vuestro colegio presbiteral, digno de Dios y del nombre que lleva, está armonizado con vuestro obispo como las cuerdas de una lira. Este vuestro acuerdo y concordia en el amor es como un himno a Jesucristo. Procurad todos vosotros formar parte de este coro, de modo que, por vuestra unión y concordia en el amor, seáis como una melodía que se eleva a una sola voz por Jesucristo al Padre, para que os escuche y os reconozca, por vuestras buenas obras, como miembros de su Hijo. Os conviene, por tanto, manteneros en una unidad perfecta, para que seáis siempre partícipes de Dios.

Si yo, en tan breve espacio de tiempo, contraje con vuestro obispo tal familiaridad, no humana, sino espiritual ¿cuánto más dichosos debo consideraros a vosotros, que estáis unidos a él como la Iglesia a Jesucristo y como Jesucristo al Padre, resultando así en todo un consentimiento unánime? Nadie se engañe: quien no está unido al altar se priva del pan de Dios. Si tanta fuerza tiene la oración de cada uno en particular, ¿cuánto más la que se hace presidida por el obispo y en unión con toda la Iglesia?

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R/. Os ruego por el Señor que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz.

V/. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados.

R/. Esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz.

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San Fabián, papa mártir


Día 20 de Enero


(Cartas 9,1;8,2-3: CSEL 3,488-489.487-488), por San Cipriano, obispo mártir


San Cipriano, al enterarse con certeza de la muerte papa Fabián, envió esta carta a los presbíteros y diáconos de Roma:

«Hermanos muy amados: Circulaba entre nosotros un rumor no confirmado acerca de la muerte de mi excelente compañero en el episcopado, y estábamos en la incertidumbre, hasta que llegó a nosotros la carta que habéis mandado por manos del subdiácono Cremencio; gracias a ella, he tenido un detallado conocimiento del glorioso martirio de vuestro obispo y me he alegrado en gran manera al ver cómo su ministerio intachable ha culminado una santa muerte.

Por esto, os felicito sinceramente por rendir a su memoria un testimonio tan unánime y esclarecido, ya que, por medio de vosotros, hemos conocido el recuerdo glorioso que guardáis de vuestro pastor, que a nosotros nos da ejemplo de fe y de fortaleza.

En efecto, así como la caída de un pastor es un ejemplo pernicioso que induce a sus fieles a seguir el mismo camino, así también es sumamente provechoso y saludable el testimonio de firmeza en la fe que da un obispo».

La Iglesia de Roma, según parece, antes de que recibiera esta carta, había mandado otra a la Iglesia de Cartago, en la que daba testimonio de su fidelidad en medio de la persecución, con estas palabras:

«La Iglesia se mantiene firme en la fe, aunque; algunos atenazados por el miedo -ya sea porque eran personas distinguidas, ya porque, al ser apresados, se dejaron vencer por el temor de los hombres-, han apostatado; a estos tales no los hemos abandonado ni dejado solos, sino que los hemos animado y los exhortamos a que se arrepientan, para que obtengan el perdón de aquel que puede dárselo, no fuera a suceder que, al sentirse abandonados, su ruina fuera aún mayor.

Ved, pues, hermanos, que vosotros debéis obrar también de igual manera, y así los que antes han caído, al ser ahora fortalecidos por vuestras exhortaciones, si vuelven a ser apresados, darán testimonio de su fe y podrán reparar el error pasado. Igualmente debéis poner en práctica esto que os decimos a continuación: si aquellos que han sucumbido en la prueba se ponen enfermos y se arrepienten de lo que hicieron y desean la comunión, debéis atender a su deseo. También las viudas y necesitados que no pueden valerse por sí mismos, los encarcelados, los que han sido arrojados de sus casas deben hallar quien los ayude; asimismo los catecúmenos si les sorprende la enfermedad, no han de verse defraudados en su esperanza de ayuda.

Os mandan saludos los hermanos que están en misión, los presbíteros y toda la Iglesia, la cual vela con gran solicitud por todos los que invocan el nombre Señor. Y también os pedimos que, por vuestra parte os acordéis de nosotros».

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R/. Deseando partir para estar con Cristo, todo lo estimo pérdida y lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo. Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir.

V/. Aun en el caso de que mi sangre haya de derramarse, rociando el sacrificio litúrgico que es vuestra fe, yo estoy alegre y me asocio a vuestra alegría.

R/. Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir.

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santos Fructuoso, Augurio y Eulogio, mártires


Dia 20 de Enero

Sermón 273, (2-3.9: PL 38, 1248-1249.1252), de San Agustín, obispo


Bienaventurados los santos, en cuya memoria celebramos el día de su martirio: ellos recibieron la corona eterna y la inmortalidad sin fin a cambio de la vida corporal. Y a nosotros nos dejaron, en estas solemnidades, su exhortación. Cuando oímos cómo padecieron los mártires nos alegramos y glorificamos en ellos a Dios, y no sentimos dolor porque hayan muerto. Pues, si no hubieran muerto por Cristo, ¿acaso hubieran vivido hasta hoy? ¿Por qué no podía hacer la confesión de la fe lo que después haría la enfermedad?

Admirable es el testimonio de san Fructuoso, obispo. Como uno le dijera y le pidiera que se acordara de él y rogara por él, el santo respondió:

«Yo debo orar por la Iglesia católica, que se extiende de oriente a occidente».

¿Qué quiso decir el santo obispo con estas palabras? Lo entendéis, sin duda; recordadlo ahora conmigo:

«Yo debo orar por la Iglesia católica; si quieres que ore por ti, no te separes de aquella por quien pido en mi oración».

Y ¿qué diremos de aquello otro del santo diácono que fue martirizado y coronado juntamente con su obispo? El juez le dijo:

«¿Acaso tú también adoras a Fructuoso?»

Y él respondió:

«Yo no adoro a Fructuoso, sino que adoro al mismo Dios a quien adora Fructuoso».

Con estas palabras, nos exhorta a que honremos a los mártires y, con los mártires, adoremos a Dios.

Por lo tanto, carísimos, alegraos en las fiestas de los santos mártires, mas orad para que podáis seguir sus huellas.

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R/. Acuérdate, Señor, de tu Iglesia extendida por toda la tierra: Llévala a su perfección por la caridad.

V/. Llegado el momento del martirio, el santo varón Fructuoso dijo: «Yo debo orar por la Iglesia católica, que se extiende de oriente a occidente.»

R/. Llévala a su perfección por la caridad.

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San Sebastián, mártir


Dia 20 de Enero


Del comentario de , sobre el salmo 118 (Cap. 20,43-45.48: CSEL 62,466-468), de San Ambrosio, obispo


Hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios. Muchas son las persecuciones, muchas las pruebas; por tanto, muchas serán las coronas, ya que muchos son los combates. Te es beneficioso el que haya muchos perseguidores, ya que entre esta gran variedad de persecuciones hallarás más fácilmente el modo de ser coronado.

Pongamos como ejemplo al mártir san Sebastián, cuyo día natalicio celebramos hoy.

Este santo nació en Milán. Quizá ya se había marchado de allí el perseguidor, o no había llegado aún a aquella región, o la persecución era más leve. El caso es que Sebastián vio que allí el combate era inexistente o muy tenue.

Marchó, pues, a Roma, donde recrudecía la persecución por causa de la fe; allí sufrió el martirio, allí recibió la corona consiguiente. De este modo, allí, donde había llegado como transeúnte, estableció el domicilio de la eternidad permanente. Si sólo hubiese habido un perseguidor, ciertamente este mártir no hubiese sido coronado.

Pero, además de los perseguidores que se ven, hay otros que no se ven, peores y mucho más numerosos.

Del mismo modo que un solo perseguidor, el emperador, enviaba a muchos sus decretos de persecución y había así diversos perseguidores en cada una de las ciudades y provincias, así también el diablo se sirve de muchos ministros suyos que provocan persecuciones, no sólo exteriores, sino también interiores, en el alma de cada uno.

Acerca de estas persecuciones, dice la Escritura: Todo el que se proponga vivir piadosamente en Cristo Jesús será perseguido. Se refiere a todos, a nadie exceptúa. ¿Quién podría considerarse exceptuado, si el mismo Señor soportó la prueba de la persecución?

¡Cuántos son los que practican cada día este martirio oculto y confiesan al Señor Jesús! También el Apóstol sabe de este martirio y de este testimonio fiel de Cristo, pues dice: Si de algo podemos preciarnos es del testimonio de nuestra conciencia.

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R/. Este santo combatió hasta la muerte por ser fiel al Señor, sin temer las amenazas de los enemigos; estaba cimentado sobre roca firme.

V/. Éste despreció la vida del mundo, y llegó al reino celestial.

R/. Estaba cimentado sobre roca firme.

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