6 de diciembre de 2008

San Nicolás, obispo

Día 6 de Diciembre

Obispo de Mira, en Licia (hoy Turquía), murió mediado el siglo IV y fue venerado por toda la Iglesia, sobre todo desde el siglo X

De los tratados sobre el evangelio de san Juan (Tratado 123,5: CCL 36,678-680) de San Agustín

Primero pregunta el Señor lo que ya sabía, y no sólo una vez, sino dos y tres veces: si Pedro le ama, y otras tantas veces le oye decir que le ama, y otras tantas veces no le recomienda otra cosa sino que apaciente sus ovejas.

A la triple negación corresponde la triple confesión, para que la lengua no fuese menos esclava del amor que del temor, y para que no pareciese que la inminencia de la muerte le obligó a decir más palabras que la presencia de la vida. Sea servicio del amor el apacentar la grey del Señor, como fue señal del temor la negación del Pastor.

Los que apacientan las ovejas de Cristo con la disposición de que sean suyas y no de Cristo demuestran que se aman a sí mismos y no a Cristo.

Contra estos tales nos ponen continuamente en guardia estas palabras de Cristo, como también las del Apóstol, quien se queja de los que buscan sus propios intereses, no los de Jesucristo.

Pues qué significa: ¿Me amas? Apacienta mis ovejas, sino lo siguiente: «Si me amas, no pienses en apacentarte a ti mismo, sino a mis ovejas; apaciéntalas como mías, no como tuyas; busca mi gloria en ellas, no la tuya; mi propiedad, no la tuya; mis intereses, y no los tuyos; no te encuentres nunca en compañía de aquellos que pertenecen a los tiempos peligrosos, puesto que se aman a sí mismos y aman todas aquellas cosas que se deducen de este mal principio».

Los que apacientan las ovejas de Cristo que no se amen a sí mismos, para que no las apacienten como propias, sino como de Cristo.

El defecto que más deben de evitar los que apacientan las ovejas de Cristo consiste en buscar sus intereses propios, y no los de Jesucristo, y en utilizar para sus propios deseos a aquellos por quienes Cristo derramó su sangre.

El amor de Cristo debe crecer hasta tal grado de ardor espiritual en aquel que apacienta sus ovejas, que supere también el natural temor a la muerte, por el que no queremos morir aun cuando queremos vivir con Cristo.

Pero, por muy grande que sea el pesar por la muerte, debe ser superado por la fuerza del amor hacia aquel que, siendo nuestra vida, quiso padecer hasta la misma muerte por nosotros.

Pues, si en la muerte no hubiera ningún pesar, o éste fuera muy pequeño, no sería tan grande la gloria de los mártires. Pero, si el buen Pastor, que dio su vida por sus ovejas, suscitó tantos mártires suyos de entre sus ovejas, ¿cuánto más deben luchar hasta la muerte, por la verdad, y hasta derramar la sangre, contra el pecado, aquellos a quienes Cristo encomendó apacentar sus ovejas, es decir, el instruirlas y gobernarlas?

Por esta razón, y ante el ejemplo de la pasión de Cristo, ¿quién no comprende que son los pastores quienes más deben imitarlo, puesto que muchas de sus ovejas lo han imitado, y que bajo el cayado del único Pastor, y en un solo rebaño, los mismos pastores son también ovejas. A todos hizo ovejas suyas, ya que por todos padeció, pues él mismo, para padecer por todos, se hizo oveja.

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R/. El Señor lo mostró poderoso ante el rey, lo mandó a su pueblo y le mostró su gloria.
V/. El Señor escogió a su siervo, para pastorear a Israel, su heredad.
R/. Y le mostró su gloria.

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La esperanza nos sostiene

Sabado I de Adviento

Sobre los bienes de la paciencia 13 y 15, de San Cipriano


Es saludable aviso del Señor, nuestro maestro, que el que persevere hasta el final se salvará. Y también este otro: Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.

Hemos de tener paciencia, y perseverar, hermanos queridos, para que, después de haber sido admitidos a la esperanza de la verdad y de la libertad, podamos alcanzar la verdad y la libertad mismas. Porque el que seamos cristianos es por la fe y la esperanza; pero es necesaria la paciencia, para que esta fe y esta esperanza lleguen a dar su fruto.

Pues no vamos en pos de una gloria presente; buscamos la futura, conforme a la advertencia del apóstol Pablo cuando dice: En esperanza fuimos salvados. Y una esperanza que se ve ya no es esperanza. ¿Cómo seguirá esperando uno aquello que se ve? Cuando esperamos lo que no vemos, aguardamos con perseverancia. Así pues, la esperanza y la paciencia nos son necesarias para completar en nosotros lo que hemos empezado a ser, y para conseguir, por concesión de Dios, lo que creemos y esperamos.

En otra ocasión, el mismo Apóstol recomienda a los justos que obran el bien y guardan sus tesoros en c! cielo, para obtener el ciento por uno, que tengan paciencia, diciendo: Mientras tenemos ocasión, trabajemos por el bien de todos, especialmente por el de la familia de la fe. No nos cansemos de hacer el bien, que, si no desmayamos, a su tiempo cosecharemos.

Estas palabras exhortan a que nadie, por impaciencia, decaiga en el bien obrar o, solicitado y vencido por la tentación, renuncie en medio de su brillante carrera, echando así a perder el fruto de lo ganado, por dejar sin terminar lo que empezó.

En fin, cuando el Apóstol habla de la caridad, une inseparablemente con ella la constancia y la paciencia: La caridad es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educada ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; disculpa sin limites cree sin limites, espera sin limites, aguanta sin limites. Indica pues, que la caridad puede permanecer, porque es capaz de sufrirlo todo.

Y en otro pasaje escribe: Sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu, con el vinculo de la paz. Con esto enseña que no puede conservarse ni la unidad ni la paz si no se ayudan mutuamente los hermanos y no mantienen el vínculo de la unidad, con auxilio de la paciencia.

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R/. Se acerca su término y no fallará. Espera, porque ha de llegar sin retrasarse.
V/. Un poquito de tiempo todavía y el que viene llegará sin retraso.
R/. Espera, porque ha de llegar sin retrasarse.

5 de diciembre de 2008

Señor, enseñame dónde y cómo buscarte

Viernes Semana I del Adviento

Proslogion 1, de San Anselmo

Ea, hombrecillo, deja un momento tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti tus inquietudes trabajosas. Dedícate algún rato a Dios y descansa siquiera un momento en su presencia. Entra en el aposento de tu alma; excluye todo, excepto Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las puertas, ve en pos de él. Di, pues, alma mía, di a Dios: «Busco tu rostro; Señor, anhelo ver tu rostro».

Y ahora, Señor, mi Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte.

Señor, si no estás aquí, ¿dónde te buscaré, estando ausente? Si estás por doquier, ¿cómo no descubro tu presencia? Cierto es que habitas en una claridad inaccesible. Pero ¿dónde se halla esa inaccesible claridad?, ¿cómo me acercaré a ella? ¿Quién me conducirá hasta ahí para verte en ella? Y luego, ¿con qué señales, bajo qué rasgo te buscaré? Nunca jamás te vi, Señor, Dios mío; no conozco tu rostro.

¿Qué hará, altísimo Señor, éste tu desterrado tan lejos de ti? ¿Qué hará tu servidor, ansioso de tu amor, y tan lejos de tu rostro? Anhela verte, y tu rostro está muy lejos de él. Desea acercarse a ti, y tu morada es inaccesible. Arde en el deseo de encontrarte, e ignora dónde vives. No suspira más que por ti, y jamás ha visto tu rostro.

Señor, tú eres mi Dios, mi dueño, y con todo, nunca te vi. Tú me has creado y renovado, me has concedido todos los bienes que poseo, y aún no te conozco. Me creaste, en fin, para verte, y todavía nada he hecho de aquello para lo que fui creado.

Entonces, Señor, ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo te olvidarás de nosotros, apartando de nosotros tu rostro? ¿Cuándo, por fin, nos mirarás y escucharás? ¿Cuándo llenarás de luz nuestros ojos y nos mostrarás tu rostro? ¿Cuándo volverás a nosotros?

Míranos, Señor; escúchanos, ilumínanos, muéstrate a nosotros. Manifiéstanos de nuevo tu presencia para que todo nos vaya bien; sin eso todo será malo. Ten piedad de nuestros trabajos y esfuerzos para llegar a ti, porque sin ti nada podemos.

Enséñame a buscarte y muéstrate a quien te busca; porque no puedo ir en tu busca a menos que tú me enseñes, y no puedo encontrarte si tú no te manifiestas. Deseando te buscaré, buscando te desearé, amando te hallaré y hallándote te amaré.

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R/. No nos alejaremos de ti, Señor: danos vida, para que invoquemos tu nombre. Que brille tu rostro y nos salve.
V/. Acuérdate de mí por amor a tu pueblo, visítame con tu salvación.
R/. Que brille tu rostro y nos salve.

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4 de diciembre de 2008

San Juan Damasceno, presbítero y doctor de la Iglesia

Día 4 de Diciembre

Nació en Damasco, en la segunda mitad del siglo VII, en el seno de una familia cristiana. Gran conocedor de la filosofía ingresó en el monasterio de San Sabas, próximo a Jerusalén, fue ordenado sacerdote. Escribió numerosas obras teológicas sobre todo contra los iconoclastas. Murió a mediados del siglo VIII.

De la Declaración de la fe (Cap 1: PG 95,417-419)

Tú, Señor, me sacaste de los lomos de mi padre; tú me formaste en el vientre de mi madre; tú me diste a luz niño y desnudo, puesto que las leyes de la naturaleza siguen tu mandatos.

Con la bendición del Espíritu Santo preparaste mi creación y mi existencia, no por voluntad de varón, ni por deseo carnal, sino por una gracia tuya inefable. Previniste mi nacimiento con un cuidado superior al de las leyes naturales; pues me sacaste a la luz adoptándome como hijo tuyo y me contaste entre los hijos de tu Iglesia santa e inmaculada.

Me alimentaste con la leche espiritual de tus divinas enseñanzas. Me nutriste con el vigoroso alimento del cuerpo de Cristo, nuestro Dios, tu santo Unigénito, y me embriagaste con el cáliz divino, o sea, con su sangre vivificante, que él derramó por la salvación de todo el mundo.

Porque tú, Señor, nos has amado y has entregado a tu único y amado Hijo para nuestra redención, que él aceptó voluntariamente, sin repugnancia; más aún, puesto que él mismo se ofreció, fue destinado al sacrificio como cordero inocente, porque, siendo Dios, se hizo hombre y con su voluntad humana se sometió, haciéndose obediente a ti, Dios, su Padre, hasta la muerte, y una muerte de cruz.

Así, pues, oh Cristo, Dios mío, te humillaste para cargarme sobre tus hombros, como oveja perdida, y me apacentaste en verdes pastos; me has alimentado con las aguas de la verdadera doctrina por mediación de tus pastores, a los que tú mismo alimentas para que alimenten a su vez a tu grey elegida y excelsa.

Por la imposición de manos del obispo, me llamaste para servir a tus hijos. Ignoro por qué razón me elegiste; tú solo lo sabes.

Pero tú, Señor, aligera la pesada carga de mis pecados, con los que gravemente te ofendí; purifica mi corazón y mi mente. Condúceme por el camino recto, tú que eres una lámpara que alumbra.

Pon tus palabras en mis labios; dame un lenguaje claro y fácil, mediante la lengua de fuego de tu Espíritu, para que tu presencia siempre vigile.

Apaciéntame, Señor, y apacienta tú conmigo, para que mi corazón no se desvíe a derecha ni izquierda, sino que tu Espíritu bueno me conduzca por el camino recto y mis obras se realicen según tu voluntad hasta el último momento.

Y tú, cima preclara de la más íntegra pureza, excelente congregación de la Iglesia, que esperas la ayuda de Dios, tú, en quien Dios descansa, recibe de nuestras manos la doctrina inmune de todo error, tal como nos la transmitieron nuestros Padres, y con la cual se fortalece la Iglesia.

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R/. Una doctrina auténtica llevaba en la boca, y en sus labios no se hallaba maldad; se portaba conmigo con integridad y rectitud, dice el Señor.
V/. Mi mano estaba siempre con él y mi brazo lo hizo valeroso.
R/. Se portaba conmigo con integridad y rectitud, dice el Señor.

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Vigilad, pues vendrá de nuevo

Jueves I Semana del Adviento

Del Diatéseron 18,15-17, de San Efrén

Para atajar toda pregunta de sus discípulos sobre el momento de su venida, Cristo dijo: Esa hora nadie la sabe, ni los ángeles ni el Hijo. No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas. Quiso ocultarnos esto para que permanezcamos en vela y para que cada uno de nosotros pueda pensar que ese acontecimiento se producirá durante su vida. Si el tiempo de su venida hubiera sido revelado, vano sería su advenimiento, y las naciones y siglos en que se producirá ya no lo desearían. Ha dicho muy claramente que vendrá, pero sin precisar en qué momento. Así todas las generaciones y todas las épocas lo esperan ardientemente.

Aunque el Señor haya dado a conocer las señales de su venida, no se advierte con claridad el término de las mismas, pues, sometidas a un cambio constante, estas señales han aparecido y han pasado ya; más aún, continúan todavía. La última venida del Señor, en efecto, será semejante a la primera. Pues, del mismo modo que los justos y los profetas lo deseaban, porque creían que aparecería en su tiempo, así también cada uno de los fieles de hoy desea recibirlo en su propio tiempo, por cuanto que Cristo no ha revelado el día de su aparición. Y no lo ha revelado para que nadie piense que él, dominador de la duración y del tiempo, está sometido a alguna necesidad o a alguna hora. Lo que el mismo Señor ha establecido, ¿cómo podría ocultársele, siendo así que él mismo ha detallado las señales de su venida? Ha puesto de relieve esas señales para que, desde entonces, todos los pueblos y todas las épocas pensaran que el advenimiento de Cristo se realizaría en su propio tiempo.

Velad, pues cuando el cuerpo duerme, es la naturaleza quien nos domina; y nuestra actividad entonces no está dirigida por la voluntad, sino por los impulsos de la naturaleza. Y cuando reina sobre el alma un pesado sopor -por ejemplo, la pusilanimidad o la melancolía-, es el enemigo quien domina al alma y la conduce contra su propio gusto. Se adueña del cuerpo la fuerza de la naturaleza, y del alma el enemigo.

Por eso ha hablado nuestro Señor de la vigilancia del alma y del cuerpo, para que el cuerpo no caiga en un pesado sopor ni el alma en el entorpecimiento y el temor, como dice la Escritura: Sacudíos la modorra, como es razón; y también: Me he levantado y estoy contigo; y todavía: No os acobardéis. Por todo ello, nosotros, encargados de este ministerio, no nos acobardamos.

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R/. Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David. A él lo hice mi testigo para los pueblos, caudillo y soberano de naciones.
V/. La salvación de Dios se envía a los gentiles; ellos sí escucharán.
R/. A él lo hice mi testigo para los pueblos, caudillo y soberano de naciones.

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3 de diciembre de 2008

San Francisco Javier, presbítero

Día 3 de Diciembre

Nació en el castillo de Javier (Navarra) el año 1506. Cuando estudiaba en París, se unió al grupo de san Ignacio. Fue ordenado sacerdote en Roma el año 1537, y se dedicó a obras de caridad. El año 1541 marchó al Oriente. Evangelizó incansablemente la India y el Japón durante diez años, y convirtió muchos a la fe. Murió el año 1552 en la isla de Sanchón Sancián, a las puertas de China.

De las cartas a san Ignacio, de san Francisco Javier

Venimos por lugares de cristianos que ahora habrá ocho años que se hicieron cristianos. En estos lugares no habitan portugueses, por ser la tierra muy estéril extremo y paupérrima. Los cristianos de estos lugares, por no haber quien les enseñe en nuestra fe, no saben más de ella que decir que son cristianos. No tienen quien les diga misa, ni menos quien los enseñe el Credo, Pater noster, Ave María, ni los mandamientos.

En estos lugares, cuando llegaba, bautizaba a todos los muchachos que no eran bautizados; de manera que bauticé una grande multitud de infantes que no sabían distinguir la mano derecha de la izquierda. Cuando llegaba en los lugares, no me dejaban los muchachos ni rezar mi Oficio, ni comer, ni dormir, sino que los enseñase algunas oraciones. Entonces comencé a conocer por qué de los tales es el reino de los cielos.

Como tan santa petición no podía sino impíamente negarla, comenzando por la confesión del Padre, Hijo y Espíritu Santo, por el Credo, Pater noster, Ave María, así los enseñaba. Conocí en ellos grandes ingenios; y, si hubiese quien los enseñase en la santa fe, tengo por muy cierto que serían buenos cristianos.

Muchos cristianos se dejan de hacer, en estas partes, por no haber personas que en tan pías y santas cosas se ocupen. Muchas veces me mueven pensamientos de ir a los estudios de esas partes, dando voces, como hombre que tiene perdido el juicio, y principalmente a la universidad de París, diciendo en Sorbona a los que tienen más letras que voluntad, para disponerse a fructificar con ellas: «¡Cuántas ánimas dejan de ir a la gloria y van al infierno por la negligencia de ellos!»

Y así como van estudiando en letras, si estudiasen en la cuenta que Dios, nuestro Señor, les demandará de ellas, y del talento que les tiene dado, muchos de ellos se moverían, tomando medios y ejercicios espirituales para conocer y sentir dentro de sus ánimas la voluntad divina, conformándose más con ella que con sus propias afecciones, diciendo: •Aquí estoy, Señor, ¿qué debo hacer? Envíame adonde quieras; y, si conviene, aun a los indios. »

Vendrá a nosotros El Señor

Miércoles I del Adviento

Sermón en el Adviento del Señor 5,1-3, de San Bernardo

Sabemos de una triple venida del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia. Aquéllas son visibles, pero ésta no. En la primera, el Señor se manifestó en la tierra y convivió con los hombres, cuando, como atestigua él mismo, lo vieron y lo odiaron. En la última, todos verán la salvación de Dios y mirarán al que traspasaron. La intermedia, en cambio, es oculta, y en ella sólo los elegidos ven al Señor en lo más íntimo de sí mismos, y así sus almas se salvan. De manera que, en la primera venida, el Señor vino en carne y debilidad; en esta segunda, en espíritu y poder; y, en la última, en gloria y majestad.

Esta venida intermedia es como una senda por la que se pasa de la primera a la última: en la primera, Cristo fue nuestra redención; en la última, aparecerá como nuestra vida; en ésta, es nuestro descanso y nuestro consuelo.

Y para que nadie piense que es pura invención lo que estamos diciendo de esta venida intermedia, oídle a él mismo: El que me ama -nos dice- guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él. He leído en otra parte: El que teme a Dios obrará el bien; pero pienso que se dice algo más del que ama, porque éste guardará su palabra. ¿Y dónde va a guardarla? En el corazón sin duda alguna, como dice el profeta: En mi corazón escondo tus consignas, así no pecaré contra ti.

Así es cómo has de cumplir la palabra de Dios, porque son dichosos los que la cumplen. Es como si la palabra de Dios tuviera que pasar a las entrañas de tu alma, a tus afectos y a tu conducta. Haz del bien tu comida, y tu alma disfrutará con este alimento sustancioso. Y no te olvides de comer tu pan, no sea que tu corazón se vuelva árido: por el contrario, que tu alma rebose completamente satisfecha.

Si es así cómo guardas la palabra de Dios, no cabe duda que ella te guardará a ti. El Hijo vendrá a ti en compañía del Padre, vendrá el gran Profeta, que renovará Jerusalén, el que lo hace todo nuevo. Tal será la eficacia de esta venida, que nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial. Y así como el viejo Adán se difundió por toda la humanidad y ocupó al hombre entero, así es ahora preciso que Cristo lo posea todo, porque él lo creó todo, lo redimió todo, y lo glorificará todo.

2 de diciembre de 2008

¡Qué admirable intercambio!

Martes I del Adviento

Sermón 5,9.22.26.28 de San Gregorio Nacianceno

El Hijo de Dios en persona, aquel que existe desde toda la eternidad, aquel que es invisible, incomprensible, incorpóreo, principio de principio, luz de luz, fuente de vida e inmortalidad expresión del supremo arquetipo, sello inmutable, imagen fidelísima, palabra y pensamiento del Padre, él mismo viene en ayuda de la criatura, que es su imagen: por amor del hombre se hace hombre, por amor a mi alma se une a un alma intelectual, para purificar a aquellos a quienes se ha hecho semejante, asumiendo todo lo humano, excepto el pecado. Fue concebido en el seno de la Virgen, previamente purificada en su cuerpo y en su alma por el Espíritu (ya que convenía honrar el hecho de la generación, destacando al mismo tiempo la preeminencia de la virginidad); y así, siendo Dios, nació con la naturaleza humana que había asumido, y unió en su persona dos cosas entre sí contrarias, a saber, la carne y el espíritu, de las cuales una confirió la divinidad, otra la recibió

Enriquece a los demás, haciéndose pobre él mismo, ya que acepta la pobreza de mi condición humana para que yo pueda conseguir las riquezas de su divinidad.

Él, que posee en todo la plenitud, se anonada a sí mismo, ya que, por un tiempo, se priva de su gloria, para que yo pueda ser partícipe de su plenitud.

¿Qué son estas riquezas de su bondad? ¿Qué es este misterio en favor mío? Yo recibí la imagen divina, mas no supe conservarla. Ahora él asume mi condición humana, para salvar aquella imagen y dar la inmortalidad a esta condición mía; establece con nosotros un segundo consorcio mucho más admirable que el primero.

Convenía que la naturaleza humana fuera santificada mediante la asunción de esta humanidad por Dios; así, superado el tirano por una fuerza superior, el mismo Dios nos concedería de nuevo la liberación y nos llamaría a sí por mediación del Hijo. Todo ello para gloria del Padre, a la cual vemos que subordina siempre el Hijo toda su actuación.

El buen Pastor que dio su vida por las ovejas salió en busca de la oveja descarriada, por los montes y collados donde sacrificábamos a los ídolos; halló a la oveja descarriada y, una vez hallada, la tomó sobre sus hombros, los mismos que cargaron con la cruz, y la condujo así a la vida celestial.

A aquella primera lámpara, que fue el Precursor, sigue esta luz clarísima; a la voz, sigue la Palabra; al amigo del esposo, el esposo mismo, que prepara para el Señor un pueblo bien dispuesto, predisponiéndolo para el Espíritu con la previa purificación del agua.

Fue necesario que Dios se hiciera hombre y muriera, para que nosotros tuviéramos vida. Hemos muerto con él, para ser purificados; hemos resucitado con él, porque con él hemos muerto; hemos sido glorificados con él, porque con él hemos resucitado.

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R/. Mirad, ya se acerca el tiempo en que envió Dios a su Hijo, nacido de la Virgen, nacido bajo la ley. Para rescatar a los que estaban bajo la ley.

V/. Dios, por el gran amor con que nos amó, envió a su Hijo encarnado en una carne pecadora como la nuestra.

R/. Para rescatar a los que estaban bajo la ley

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1 de diciembre de 2008

Día de salvación, paz y reconciliación

Lunes Semana I del Adviento

De las Cartas pastorales de San Carlos Borromeo


Ha llegado, amadísimos hermanos, aquel tiempo tan importante y solemne, que, como dice el Espíritu Santo, es tiempo favorable, día de la salvación, de la paz y de la reconciliación; el tiempo que tan ardientemente desearon los patriarcas y profetas y que fue objeto de tantos suspiros y anhelos; el tiempo que Simeón vio lleno de alegría, que la Iglesia celebra solemnemente y que también nosotros debemos vivir en todo momento con fervor, alabando y dando gracias al Padre eterno por la misericordia que en este misterio nos ha manifestado. El Padre, por su inmenso amor hacia nosotros, pecadores, nos envió a su Hijo único, para librarnos de la tiranía y del poder del demonio, invitarnos al cielo e introducirnos en lo más profundo de los misterios de su reino, manifestarnos la verdad, enseñarnos la honestidad de costumbres, comunicarnos el germen de las virtudes, enriquecernos con los tesoros de su gracia y hacernos sus hijos adoptivos y herederos de la vida eterna.

La Iglesia celebra cada año el misterio de este amor tan grande hacia nosotros, exhortándonos a tenerlo siempre presente. A la vez nos enseña que la venida de Cristo no sólo aprovechó a los que vivían en el tiempo del Salvador, sino que su eficacia continúa, y aún hoy se nos comunica si queremos recibir, mediante la fe y los sacramentos, la gracia que él nos prometió, y si ordenamos nuestra conducta conforme a sus mandamientos.

La Iglesia desea vivamente hacernos comprender que así como Cristo vino una vez al mundo en la carne, de la misma manera está dispuesto a volver en cualquier momento, para habitar espiritualmente en nuestra alma con la abundancia de sus gracias, si nosotros, por nuestra parte, quitamos todo obstáculo.

Por eso, durante este tiempo, la Iglesia, como madre amantísima y celosísima de nuestra salvación, nos enseña, a través de himnos, cánticos y otras palabras del Espíritu Santo y de diversos ritos, a recibir convenientemente y con un corazón agradecido este beneficio tan grande, a enriquecernos con su fruto y a preparar nuestra alma para la venida de nuestro Señor Jesucristo con tanta solicitud como Si hubiera él de venir nuevamente al mundo. No de otra manera nos lo enseñaron con sus palabras y ejemplos los patriarcas del antiguo Testamento para que en ello los imitáramos.

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R/. Tocad la trompeta en Sión, convocad a todo el mundo, anunciadlo a las naciones y decid: «Mirad a Dios, nuestro salvador, que llega»
V/. Anunciadlo y que se oiga; proclamadlo con fuerte voz.
R/. «Mirad a Dios, nuestro salvador, que llega»

30 de noviembre de 2008

Las dos venidas de Cristo

Domingo I de Adviento

Catequesis 15,1-3 de San Cirilo de Jerusalén

Anunciamos la venida de Cristo, pero no una sola, sino también una segunda, mucho más magnífica que la anterior. La primera llevaba consigo un significado de sufrimiento; esta otra, en cambio, llevará la diadema del reino divino.

Pues casi todas las cosas son dobles en nuestro Señor Jesucristo. Doble es su nacimiento: uno, de Dios, desde toda la eternidad; otro, de la Virgen, en la plenitud de los tiempos. Es doble también su descenso: el primero, silencioso, como la lluvia sobre el vellón; el otro, manifiesto, todavía futuro.

En la primera venida fue envuelto con fajas en el pesebre; en la segunda se revestirá de luz como vestidura. En la primera soportó la cruz, sin miedo a la ignominia; en la otra vendrá glorificado, y escoltado por un ejército de ángeles.

No pensamos, pues, tan sólo en la venida pasada; esperamos también la futura. Y, habiendo proclamado en la primera: Bendito el que viene en nombre del Señor,diremos eso mismo en la segunda; y, saliendo al encuentro del Señor con los ángeles, aclamaremos, adorándolo: Bendito el que viene en nombre del Señor.

El Salvador vendrá, no para ser de nuevo juzgado, sino para llamar a su tribunal a aquellos por quienes fue llevado a juicio. Aquel que antes, mientras era juzgado, guardó silencio refrescará la memoria de los malhechores que osaron insultarle cuando estaba en la cruz, y les dirá: Esto hicisteis y yo callé.

Entonces, por razones de su clemente providencia, vino a enseñar a los hombres con suave persuasión; en esa otra ocasión, futura, lo quieran o no, los hombres tendrán que someterse necesariamente a su reinado.

De ambas venidas habla el profeta Malaquías: De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis. He ahí la primera venida.

Respecto a la otra, dice así: El mensajero de la alianza que vosotros deseáis: miradlo entrar -dice el Señor de los ejércitos-. ¿Quién podrá resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca? Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará como un fundidor que refina la plata.

Escribiendo a Tito, también Pablo habla de esas dos venidas, en estos términos: Ha aparecido la gracia de, Dios que trae la salvación para todos los hombres; enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo. Ahí expresa su primera venida, dando gracias por ella; pero también la segunda, la que esperamos.

Por esa razón, en nuestra profesión de fe, tal como la hemos recibido por tradición, decimos que creemos en aquel que subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.

Vendrá, pues, desde los cielos, nuestro Señor Jesucristo. Vendrá ciertamente hacia el fin de este mundo, en el último día, con gloria. Se realizará entonces la consumación de este mundo, y este mundo, que fue creado al principio, será otra vez renovado.

San Andrés, apóstol, fiesta

San Andrés, apóstol, fiesta

De las homilías de San Juan Crisóstomo, obispo, sobre el Evangelio de San Juan
(homilía 19, 1: PG 59,120-121)

Andrés, después de permanecer con Jesús y de aprender de él muchas cosas, no escondió el tesoro para sí solo, sino que corrió presuroso en busca de su hermano, para hacerle partícipe de su descubrimiento. Fíjate en lo que dice a su hermano: Hemos encontrado al Mesías, que significa Cristo. ¿Ves de qué manera manifiesta todo lo que había aprendido en tan breve espacio de tiempo? Pues, por una parte, manifiesta el poder del Maestro, que les ha convencido de esto mismo, y, por otra, el interés y la aplicación de los discípulos, quienes ya desde el principio se preocupaban de estas cosas. Son las palabras de un alma que desea ardientemente la venida del Señor, que espera al que vendrá del cielo, que exulta de gozo cuando se ha manifestado y que se apresura a comunicar a los demás tan excelsa noticia. Comunicarse mutuamente las cosas espirituales es señal de amor fraterno, de entrañable parentesco y de sincero afecto.

Pero advierte también, y ya desde el principio, la actitud dócil y sencilla de Pedro. Acude sin tardanza: Y lo llevó a Jesús, afirma el evangelio. Pero que nadie lo acuse de ligereza por aceptar el anuncio sin una detenida consideración. Lo más probable es que su hermano le contase más cosas detalladamente, pues los evangelistas resumen muchas veces los hechos, por razones de brevedad. Además, no afirma que Pedro creyera al momento, sino que lo llevó a Jesús, y a él se lo confió, para que del mismo Jesús aprendiera todas las cosas. Pues había también otro discípulo que tenía los mismos sentimientos.

Si Juan Bautista, cuando afirma: Éste es el Cordero, y: Bautiza con Espíritu Santo, deja que sea Cristo mismo quien exponga con mayor claridad estas verdades, mucho más hizo Andrés, quien, no juzgándose capaz para explicarlo todo, condujo a su hermano a la misma fuente de la luz, tan contento y presuroso, que su hermano no dudó ni un instante en acudir a ella.