4 de octubre de 2008

San Francisco de Asís

Día 4 de Octubre

Nació en Asís el año 1182; después de una juventud frívola se convirtió, renunció a los bienes paternos y se entregó de lleno a Dios. Abrazó la pobreza y vivió una vida evangélica, predicando a todos el amor de Dios. Dio a sus seguidores unas sabias normas, que luego fueron aprobadas por la Santa Sede. Inició también una nueva Orden de monjas y un grupo de penitentes que vivían en el mundo, así como la predicación entre los infieles. Murió el año 1226.

Carta dirigida a todos los fieles (Opúsculos, edición Quaracchi [Florencia] 1949, 87-9,4) de San Francisco de Asís

La venida al mundo del Verbo del Padre, tan digno tan santo y tan glorioso, fue anunciada por el Padre altísimo, por boca de su santo arcángel Gabriel, a la santa y gloriosa Virgen María, de cuyo seno recibió una auténtica naturaleza humana, frágil como la nuestra. Él, siendo rico sobre toda ponderación, quiso elegir la pobreza, junto con su santísima madre. Y, al acercarse su pasión, celebró la Pascua con sus discípulos. Luego oró al Padre diciendo: Padre mío, si es posible, que pase y se aleje de mí ese cáliz.

Sin embargo, sometió su voluntad a la del Padre. Y la voluntad del Padre fue que su Hijo bendito y glorioso, a quien entregó por nosotros y que nació por nosotros, se ofreciese a sí mismo como sacrificio y víctima en el ara de la cruz, con su propia sangre, no por sí mismo, por quien han sido hechas todas las cosas, sino por nuestros pecados, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. Y quiere que todos nos salvemos por él y lo recibamos con puro corazón y cuerpo casto.

¡Qué dichosos y benditos son los que aman al Señor y cumplen lo que dice el mismo Señor en el Evangelio: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, y al prójimo como a ti mismo! Amemos, pues, a Dios y adorémoslo con puro corazón y con mente pura, ya que él nos hace saber cuál es su mayor deseo, cuando dice: Los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad. Porque todos los que lo adoran deben adorarlo en espíritu y verdad. Y dirijámosle, día y noche, nuestra alabanza y oración, diciendo: Padre nuestro, que estás en los cielos; porque debemos orar siempre sin desanimarnos.

Procuremos, además, dar frutos de verdadero arrepentimiento. Y amemos al prójimo como a nosotros mismos. Tengamos caridad y humildad y demos limosna, ya que ésta lava las almas de la inmundicia del pecado. En efecto, los hombres pierden todo lo que dejan en este mundo tan sólo se llevan consigo el premio de su caridad y las limosnas que practicaron, por las cuales recibirán del Señor la recompensa y una digna remuneración.

No debemos ser sabios y prudentes según la carne, sino más bien sencillos, humildes y puros. Nunca debemos desear estar por encima de los demás, sino, al contrario debemos, a ejemplo del Señor, vivir como servidores y sumisos a toda humana criatura, movidos por el amor de Dios. El Espíritu del Señor reposará sobre los que así obren y perseveren hasta el fin, y los convertirá en el lugar de su estancia y su morada, y serán hijos del Padre celestial, cuyas obras imitan; ellos son los esposos, los hermanos y las madres de nuestro Señor Jesucristo.

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R/. Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.

V/. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados.

R/. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.

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Sabado XXVI Semana del tiempo ordinario

Libro sobre la conducta cristiana, de San Gregorio de Nisa

El que es de Cristo es una criatura nueva; lo antiguo ha pasado. Sabemos que se llama nueva criatura a la inhabitación del Espíritu Santo en el corazón puro y sin mancha, libre de toda culpa, de toda maldad y de todo pecado. Pues, cuando la voluntad detesta el pecado y se entrega, según sus posibilidades, a la prosecución de las virtudes, viviendo la misma vida del Espíritu, acoge en sí la gracia y queda totalmente renovada y restaurada. Por ello, se dice: Quitad la levadura vieja para ser una masa nueva; y también aquello otro: Celebremos la Pascua, no con levadura vieja, sino con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad. Todo esto concuerda muy bien con lo que hemos dicho más arriba sobre la nueva criatura.

Ahora bien, el enemigo de nuestra alma tiende muchas trampas ante nuestros pasos, y la naturaleza humana es, de por sí, demasiado débil para conseguir la victoria sobre este enemigo. Por ello, el Apóstol quiere que nos revistamos con armas celestiales: Abrochaos el cinturón de la verdad, por coraza poneos la justicia - dice-, bien calzados para estar dispuestos a anunciar el Evangelio de la paz. ¿Te das cuenta de cuántos son los instrumentos de salvación indicados por el Apóstol? Todos ellos nos ayudan a caminar por una única senda y nos conducen a una sola meta. Con ellos se avanza fácilmente por aquel camino de vida que lleva al perfecto cumplimiento de los preceptos divinos. El mismo Apóstol dice también en otro lugar: Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús.

Por ello, es necesario que quien desprecia las grandezas de este mundo y renuncia a su gloria vana renuncie también a su propia vida. Renunciar a la propia vida significa no buscar nunca la propia voluntad, sino la voluntad de Dios y hacer del querer divino la norma única de la propia conducta; significa también renunciar al deseo de poseer cualquier cosa que no sea necesaria o común. Quien así obra se encontrará más libre y dispuesto para hacer lo que le manden los superiores, realizándolo prontamente con alegría y con esperanza, como corresponde a un servidor de Cristo, redimido para el bien de sus hermanos. Esto es precisamente lo que desea también el Señor, cuando dice: El que quiera ser grande y primero entre vosotros, que sea el último y esclavo de todos.

Esta servicialidad hacia los hombres debe ser ciertamente gratuita, y el que se consagra a ella debe sentirse sometido a todos y servir a los hermanos como si fuera deudor de cada uno de ellos. En efecto, es conveniente que quienes están al frente de sus hermanos se esfuercen más que los demás en trabajar por el bien ajeno, se muestren más sumisos que los súbditos y, a la manera de un siervo, gasten su vida en bien de los demás, pensando que los hermanos son en realidad como un tesoro que pertenece a Dios y que Dios ha colocado bajo su cuidado.

Por ello, los superiores deben cuidar de los hermanos como si se tratara de unos tiernos niños a quienes los propios padres han puesto en manos de unos educadores. Si de esta manera vivís, llenos de afecto los unos para con los otros, si los súbditos cumplís con alegría los decretos y mandatos, y los maestros os entregáis con interés al perfeccionamiento de los hermanos, si procuráis teneros mutuamente el debido respeto, vuestra vida, ya en este mundo, será semejante a la de los ángeles en el cielo.

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R/. Vuestra vocación es la libertad: no una libertad para que se aproveche el egoísmo; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor.

V/. No deis motivo de escándalo a los judíos, ni a los griegos, ni a la Iglesia de Dios.

R/. Al contrario, sed esclavos unos de otros por amor.

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3 de octubre de 2008

Estad siempre alegres en el Señor

Estad siempre alegres en el Señor

Tratado sobre la carta a los Filipenses, de San Ambrosio

Como acabáis de escuchar en la lectura de hoy, amados hermanos, la misericordia divina, para bien de nuestras almas, nos llama a los goces de la felicidad eterna, mediante aquellas palabras del Apóstol: Estad siempre alegres en el Señor. Las alegrías de este mundo conducen a la tristeza eterna, en cambio, las alegrías que son según la voluntad de Dios durarán siempre y conducirán a los goces eternos a quienes en ellas perseveren. Por ello, añade el Apóstol: Os lo repito, estad alegres.

Se nos exhorta a que nuestra alegría, según Dios y según el cumplimiento de sus mandatos, se acreciente cada día más y más, pues cuanto más nos esforcemos en este mundo por vivir entregados al cumplimiento de los mandatos divinos, tanto más felices seremos en la otra vida y tanto mayor será nuestra gloria ante Dios.

Que vuestra mesura la conozca todo el mundo, es decir, que vuestra santidad de vida sea patente no sólo ante Dios, sino también ante los hombres; así seréis ejemplo de modestia y sobriedad para todos los que en la tierra conviven con vosotros y vendréis a ser también como una imagen del bien obrar ante Dios y ante los hombres.

El Señor está cerca. Nada os preocupe: el Señor está siempre cerca de los que lo invocan sinceramente, es decir, de los que acuden a él con fe recta, esperanza firme y caridad perfecta; él sabe, en efecto, lo que vosotros necesitáis ya antes de que se lo pidáis; él está siempre dispuesto a venir en ayuda de las necesidades de quienes lo sirven fielmente. Por ello, no debemos preocuparnos des mesuradamente ante los males que pudieran sobrevenir nos, pues sabemos que Dios, nuestro defensor, no está lejos de nosotros, según aquello que se dice en el salmo: El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. Aunque el justo sufra muchos males, de todos lo libra Señor. Si nosotros procuramos observar lo que él nos manda, él no tardará en darnos lo que prometió.

En toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios, no sea que, afligidos por la tribulación, nuestras peticiones sean hechas -Dios no lo permita- con tristeza o estén mezcladas con murmuraciones; antes, por el contrario, oremos con paciencia y alegría, dando constantemente gracias a Dios por todo.

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R/. El Señor afianzó mis pies sobre roca, y aseguró mis pasos; me puso en la boca un cántico nuevo.

V/. Él escuchó mi grito y me levantó de la charca fangosa.

R/. Me puso en la boca un cántico nuevo.

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2 de octubre de 2008

Santos Ángeles Custodios

Día 2 de Octubre

Sermón 12 sobre el salmo 90: 3,6-8 (Opera Omnia, ed. cisterc, 4 [1966], 458-462), de San Bernardo

A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos. Den gracias al Señor por su misericordia por las maravillas que hace con los hombres. Den gracias y digan entre los gentiles: «El Señor ha estado grande con ellos». Señor, ¿qué es el hombre para que le des importancia, para que te ocupes de él? Porque te ocupas ciertamente de él, demuestras tu solicitud y tu interés para con él. Llegas hasta enviarle tu Hijo único, le infundes tu Espíritu, incluso le prometes la visión de tu rostro. Y, para que ninguno de los seres celestiales deje de tomar parte en esta solicitud por nosotros, envías a los espíritus bienaventurados para que nos sirvan y nos ayuden, los constituyes nuestros guardianes, mandas que sean nuestros ayos.

A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos. Estas palabras deben inspirarte una gran reverencia, deben infundirte una gran devoción y conferirte una gran confianza. Reverencia por la presencia de los ángeles, devoción por su benevolencia, confianza por su custodia. Porque ellos están presentes Junto a ti, y lo están para tu bien. Están presentes para protegerte, lo están en beneficio tuyo. Y, aunque lo están porque Dios les ha dado esta orden, no por ello debemos dejar de estarles agradecidos, pues que cumplen con tanto amor esta orden y nos ayudan en nuestras necesidades, que son tan grandes.

Seamos, pues, devotos y agradecidos a unos guardianes tan eximios; correspondamos a su amor, honrémoslos cuanto podamos y según debemos. Sin embargo, no olvidemos que todo nuestro amor y honor ha de tener por objeto a aquel de quien procede todo, tanto para ellos como para nosotros, gracias al cual podemos amar y honrar, ser amados y honrados.

En él, hermanos, amemos con verdadero afecto a sus ángeles, pensando que un día hemos de participar con ellos de la misma herencia y que, mientras llega este día, el Padre los ha puesto junto a nosotros, a manera de tutores y administradores. En efecto, ahora somos ya hijos de Dios, aunque ello no es aún visible, ya que, por ser todavía menores de edad, estamos bajo tutores y administradores, como si en nada nos distinguiéramos de los esclavos.

Por lo demás, aunque somos menores de edad y aunque nos queda por recorrer un camino tan largo y tan peligroso, nada debemos temer bajo la custodia de unos guardianes tan eximios. Ellos, los que nos guardan en nuestros caminos, no pueden ser vencidos ni engañados, y menos aún pueden engañarnos. Son fieles, son prudentes, son poderosos: ¿por qué espantarnos? Basta con que los sigamos, con que estemos unidos a ellos, y viviremos así a la sombra del Omnipotente.

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R/. A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos; te llevarán en sus palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra.

V/. No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda.

R/. Te llevarán en sus palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra.

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Crecer en la fe y en la verdad

Jueves XXVI Semana del tiempo ordinario

Carta a los Filipenses 12,1-14, de San Policarpo

Estoy seguro de que estáis bien instruidos en las sagradas Escrituras y de que nada de ellas se os oculta; a mí, en cambio, no me ha sido concedida esta gracia. Según lo que se dice en estas mismas Escrituras, si os indignáis, no lleguéis a pecar: que la puesta del sol no os sorprenda en vuestro enojo. Dichoso quien lo recuerde; yo creo que vosotros lo hacéis así.

Que Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, y el mismo Jesucristo, pontífice eterno e Hijo de Dios, os hagan crecer en la fe y en la verdad con toda dulzura y sin ira alguna, en paciencia y en longanimidad, en tolerancia y castidad; que él os dé parte en la herencia de los santos, y, con vosotros, a nosotros, así como a todos aquellos que están bajo el cielo y han de creer en nuestro Señor Jesucristo y en su Padre que lo resucitó de entre los muertos.

Orad por todos los santos. Orad también por los reyes, por los que ejercen autoridad, por los príncipes y por los que os persiguen y os odian, y por los enemigos de la cruz; así vuestro fruto será manifiesto a todos, y vosotros seréis perfectos en él.

Me escribisteis, tanto vosotros como Ignacio, pidiéndome que, si alguien va a Siria, lleve aquellas cartas que yo mismo os escribí; lo haré, ya sea yo personalmente, ya por medio de un legado, cuando encuentre una ocasión favorable.

Como me lo habéis pedido, os enviamos las cartas de Ignacio, tanto las que nos escribió a nosotros como las otras suyas que teníamos en nuestro poder; os las mandamos juntamente con esta carta, y podréis sin duda sacar de ellas gran provecho, pues están llenas de fe, de paciencia y de toda edificación en lo que se refiere a nuestro Señor. Comunicadnos, por vuestra parte, todo cuanto sepáis de cierto sobre Ignacio y sus compañeros.

Os he escrito estas cosas por medio de Crescente, a quien siempre os recomendé y a quien ahora os recomiendo de nuevo. Entre nosotros se comporta de una manera irreprochable, y lo mismo, espero, hará entre vosotros. Os recomiendo también a su hermana para cuando venga a vosotros.

Estad firmes en el Señor Jesucristo, y que su gracia esté con todos los vuestros. Amén.

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R/. Que el Dios de la paz os ponga a punto en todo bien, para que cumpláis su voluntad. Él realizará en nosotros lo que es de su agrado, por medio de Jesucristo.

V/. Que os dé a todos el deseo de adorarlo y de hacer su voluntad.

R/. Él realizará en nosotros lo que es de su agrado, por medio de Jesucristo.

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1 de octubre de 2008

Permaneced unidos en la verdad

Miércoles XXVI Semana del tiempo ordinario

Carta a los Filipenses 9,1-11,4, de San Policarpo

Os exhorto a todos a que obedezcáis a la palabra de la justicia y a que perseveréis en la paciencia; con vuestros propios ojos, en efecto, habéis contemplado una paciencia admirable no sólo en los bienaventurados Ignacio, Zósimo y Rufo, sino también en muchos otros que eran de vuestra comunidad, en el mismo Pablo y en los otros apóstoles; imitadlos, persuadidos de que todos ellos no corrieron en vano, sino que anduvieron en la fe y en la justicia y ahora están en el lugar que merecieron, cerca del Señor, con el cual padecieron. Porque ellos no amaron este mundo presente, sino a aquel que por nosotros murió y a quien Dios, también por nosotros, resucitó.

Permaneced, pues, en estos sentimientos y seguid el ejemplo del Señor, firmes e inquebrantables en la fe, amando a los hermanos, queriéndoos unos a otros, unidos en la verdad, estando atentos unos al bien de los otros con la dulzura del Señor, no despreciando a nadie. Cuando podáis hacer bien a alguien, no os echéis atrás, porque la limosna libra de la muerte. Someteos unos a otros y procurad que vuestra conducta entre los gentiles sea buena; así verán con sus propios ojos que os portáis honradamente; entonces os podrán alabar y el nombre del Señor no será blasfemado a causa de vosotros. Porque, ¡ay de aquel por cuya causa ultrajan el nombre del Señor! Enseñad a todos la sobriedad y vivid también vosotros según ella.

Me ha contristado sobremanera el caso de Valente, que había sido durante un tiempo presbítero de vuestra Iglesia, y que ahora vive totalmente ajeno al ministerio que se le había confiado. Os exhorto también a que os abstengáis del amor al dinero y a que seáis castos y veraces. Apartaos de todo mal. El que no es capaz de gobernarse a sí mismo en estas cosas ¿cómo podrá enseñarlas a los demás? Quien no se abstiene de la avaricia se verá mancillado también por la idolatría y será contado entre los paganos que desconocen el juicio del Señor. ¿Habéis olvidado que los santos juzgarán el universo, como dice san Pablo?

No es que nada de esto haya observado y oído decir de vosotros, entre quienes trabajó el bienaventurado apóstol Pablo, quien os cita al principio de su carta. De vosotros, en efecto, se gloría ante todas las Iglesias, que entonces eran las únicas que conocían a Dios, mientras que nosotros todavía no lo habíamos conocido.

Por ello, me he apenado mucho a causa de Valente y de su esposa; ¡ojalá el Señor les inspire un verdadero arrepentimiento! Con ellos debéis comportaros moderadamente: no los tratéis como a enemigos, al contrario, llamadlos de nuevo, como miembros sufrientes y extraviados, para salvar así el cuerpo entero de todos vosotros. Haciendo esto, os iréis edificando vosotros mismos.

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R/. Seguid actuando vuestra salvación con temor y temblor, porque es Dios quien activa en vosotros el querer y la actividad para realizar su designio de amor.

V/. Dice el Señor: «Sin mí no podéis hacer nada.»

R/. Porque es Dios quien activa en vosotros el querer y la actividad para realizar su designio de amor.

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Santa Teresa del Niño Jesús, virgen y doctora de la Iglesia

Día 1 de Octubre

Nació en Alençon (Francia), el año 1873. Siendo aún muy joven, ingresó en el monasterio de carmelitas de Lisieux, ejerciéndose sobre todo en la humildad, la sencillez evangélica y la confianza en Dios, virtudes que se esforzó en inculcar, de palabra y de obra, en las novicias. Murió el día 30 de septiembre del año 1897, ofreciendo su vida por la salvación de las almas y por el incremento de la Iglesia.

De la narración de la Vida, escrita por ella misma (Manuscrits autobiografiques, Lisieux 1957)

En el corazón de la Iglesia yo seré el amor

Teniendo un deseo inmenso del martirio, acudí a las cartas de san Pablo, para tratar de hallar una respuesta. Mis ojos dieron casualmente con los capítulos doce y trece de la primera carta a los Corintios, y en el primero de ellos leí que no todos pueden ser al mismo tiempo apóstoles, profetas y doctores, que la Iglesia consta de diversos miembros y que el ojo no puede ser al mismo tiempo mano. Una respuesta bien clara, ciertamente, pero no suficiente para satisfacer mis deseos y darme la paz.

Continué leyendo sin desanimarme, y encontré esta consoladora exhortación: Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino excepcional. El Apóstol, en efecto, hace notar cómo los mayores dones sin la caridad no son nada y cómo esta misma caridad es el mejor camino para llegar a Dios de un modo seguro. Por fin había hallado la tranquilidad.

Al contemplar el cuerpo místico de la Iglesia, no me había reconocido a mí misma en ninguno de los miembros que san Pablo enumera, sino que lo que yo deseaba era más bien verme en todos ellos. Entendí que la Iglesia tiene un cuerpo resultante de la unión de varios miembros, pero que en este cuerpo no falta el más necesario y noble de ellos: entendí que la Iglesia tiene un corazón y que este corazón está ardiendo en amor. Entendí que sólo el amor es el que impulsa a obrar a los miembros de la Iglesia y que, si faltase este amor, ni los apóstoles anunciarían ya el Evangelio, ni los mártires derramarían su sangre. Reconocí claramente y me convencí de que el amor encierra en sí todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y lugares, en una palabra, que el amor es eterno.

Entonces, llena de una alegría desbordante, exclamé: «Oh Jesús, amor mío, por fin he encontrado mi vocación: mi vocación es el amor. Sí, he hallado mi propio lugar en la Iglesia, y este lugar es el que tú me has señalado, Dios mío. En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor; de este modo lo seré todo, y mi deseo se verá colmado».

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R/. Te adelantaste, Señor, a bendecirme con tu amor, el cual fue creciendo conmigo desde mi infancia; y aún ahora no alcanzo a comprender la profundidad de tu amor.

V/. ¡Qué bondad tan grande, Señor, reservas para los que te son fieles!

R/. Y aún ahora no alcanzo a comprender la profundidad de tu amor.

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30 de septiembre de 2008

Tengan entrañas de misericordia

Martes XXVI Semana del tiempo ordinario

Carta a los Filipenses 6,1-8,2, de San Policarpo

Que los presbíteros tengan entrañas de misericordia y se muestren compasivos para con todos, tratando de traer al buen camino a los que se han extraviado; que visiten a los enfermos, que no descuiden a las viudas, a los huérfanos y a los pobres, antes bien, que procuren el bien ante Dios y ante los hombres; que se abstengan de toda ira, de toda acepción de personas, de todo juicio injusto; que vivan alejados del amor al dinero, que no se precipiten creyendo fácilmente que los otros han obrado mal, que no sean severos en sus juicios, teniendo presente que todos estamos inclinados al pecado.

Si, pues, pedimos al Señor que perdone nuestras ofensas, también nosotros debemos perdonar a los que nos ofenden, ya que todos estamos bajo la mirada de nuestro Dios y Señor y todos compareceremos ante el tribunal de Dios, y cada uno dará cuenta a Dios de si mismo. Sirvámosle, por tanto, con temor y con gran respeto, según nos mandaron tanto el mismo Señor como los apóstoles, que nos predicaron el Evangelio, y los profetas, quienes de antemano nos anunciaron la venida de nuestro Señor; busquemos con celo el bien, evitemos los escándalos, apartémonos de los falsos hermanos y de aquellos que llevan hipócritamente el nombre del Señor y arrastran a los insensatos al error.

Todo el que no reconoce que Jesucristo vino en la carne es del Anticristo, y el que no confiesa el testimonio de la cruz procede del diablo, y el que interpreta falsamente las sentencias del Señor según sus propias concupiscencias y afirma que no hay resurrección ni juicio, ese tal es el primogénito de Satanás. Por consiguiente, abandonemos los vanos discursos y falsas doctrinas que muchos sustentan y volvamos a las enseñanzas que nos fueron transmitidas desde el principio; seamos sobrios para entregarnos a la oración, perseveremos constantes en los ayunos y supliquemos con ruegos al Dios que todo lo ve, a fin de que no nos deje caer en la tentación, porque, como dijo el Señor, el espíritu es decidido, pero la carne es débil.

Mantengámonos, pues, firmemente adheridos a nuestra esperanza y a Jesucristo, prenda de nuestra justicia; él, cargado con nuestros pecados, subió al leño, y no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca, y por nosotros, para que vivamos en él, lo soportó todo. Seamos imitadores de su paciencia y, si por causa de su nombre tenemos que sufrir, glorifiquémoslo; ya que éste fue el ejemplo que nos dejó en su propia persona, y esto es lo que nosotros hemos creído.

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R/. Procuramos hacer lo que es bueno no sólo ante Dios, sino también ante la gente; nunca damos a nadie motivo de escándalo, para no poner en ridículo nuestro ministerio.

V/. Con la esperanza puesta en Dios, me esfuerzo por conservar siempre una conciencia irreprochable, ante Dios y ante los hombres.

R/. Para no poner en ridículo nuestro ministerio.

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San Jerónimo, presbítero y doctor de la Iglesia

Día 30 de Septiembre

Nació en Estridón (Dalmacia) hacia el año 340; estudió en Roma y allí fue bautizado. Abrazó la vida ascética, marchó al Oriente y fue ordenado presbítero. Volvió a Roma y fue secretario del papa Dámaso. Fue en esta época cuando empezó su traducción latina de la Biblia. También promovió la vida monástica. Más tarde, se estableció en Belén, donde trabajó mucho por el bien de la Iglesia. Escribió gran cantidad de obras, principalmente comentarios de la sagrada Escritura. Murió en Belén el año 420.

Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo

Prólogo al comentario sobre el libro del profeta Isaías, 1.2 (CCL 73,1-3), de San Jerónimo

Cumplo con mi deber, obedeciendo los preceptos de Cristo, que dice: Estudiad las Escrituras, y también: Buscad, y encontraréis, para que no tenga que decirme, como a los judíos: Estáis muy equivocados, porque no comprendéis las Escrituras ni el poder de Dios. Pues, si, como dice el apóstol Pablo, Cristo es el poder de Dios y la sabiduría de Dios, y el que no conoce las Escrituras no conoce el poder de Dios ni su sabiduría, de ahí se sigue que ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo.

Por esto, quiero imitar al padre de familia que del arca va sacando lo nuevo y lo antiguo, y a la esposa que dice en el Cantar de los cantares: He guardado para ti, mi amado, lo nuevo y lo antiguo; y, así, expondré el libro de Isaías, haciendo ver en él no sólo al profeta, sino también al evangelista y apóstol. Él, en efecto, refiriéndose a sí mismo y a los demás evangelistas, dice: ¡Qué hermosos son los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva! Y Dios le habla como a un apóstol, cuando dice: ¿A quién mandaré? ¿Quién irá a ese pueblo? Y él responde: Aquí estoy, mándame.

Nadie piense que yo quiero resumir en pocas palabras el contenido de este libro, ya que él abarca todos los misterios del Señor: predice, en efecto, al Emmanuel que nacerá de la Virgen, que realizará obras y signos admirables, que morirá, será sepultado y resucitará del país de los muertos, y será el Salvador de todos los hombres.

¿Para qué voy a hablar de física, de ética, de lógica? Este libro es como un compendio de todas las Escrituras y encierra en sí cuanto es capaz de pronunciar la lengua humana y sentir el hombre mortal. El mismo libro contiene unas palabras que atestiguan su carácter misterioso y profundo: Cualquier visión se os volverá - dice- como el texto de un libro sellado: se lo dan a uno que sabe leer, diciéndole: «Por favor, lee esto». Y él responde: «No puedo, porque está sellado». Y se lo dan a uno que no sabe leer, diciéndole: «Por favor, lee esto». Y el responde: «No sé leer».

Y, si a alguno le parece débil esta argumentación, que oiga lo que dice el Apóstol: De los profetas, que prediquen dos o tres, los demás den su opinión. Pero en caso que otro, mientras está sentado, recibiera una revelación, que se calle el de antes. ¿Qué razón tienen los profetas para silenciar su boca, para callar o hablar, si el Espíritu es quien habla por boca de ellos? Por consiguiente, si recibían del Espíritu lo que decían, las cosas que comunicaban estaban llenas de sabiduría y de sentido. Lo que llegaba a oídos de los profetas no era el sonido de una voz material, sino que era Dios quien hablaba en su interior como dice uno de ellos: El ángel que hablaba en mí, y también: Que clama en nuestros corazones: «¡Abbá! (Padre)», y asimismo: Voy a escuchar lo que dice el Señor.

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R/. Toda Escritura inspirada por Dios es útil para enseñar, para educar en la virtud; así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena.

V/. El que observa la ley es hijo prudente.

R/. Así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena.

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29 de septiembre de 2008

Armémonos con las armas de la justicia

Lunes XXVI Semana del tiempo ordinario

Carta a los Filipenses 3,1-5,2, de San Policarpo

No es por propia iniciativa mía, hermanos, que os escribo estas cosas referentes a la justicia, sino que lo hago porque vosotros mismos me habéis incitado a ello. Porque ni yo ni persona alguna semejante a mí puede competir con la sabiduría del bienaventurado y glorioso apóstol Pablo, el cual, viviendo entre vosotros y hablando cara a cara con los hombres que vivían en aquel entonces en nuestra Iglesia, enseñó con exactitud y con fuerza la palabra de verdad y, después de su partida, os escribió una carta, que, si estudiáis con atención, os edificará en aquella fe, madre de todos nosotros, que va seguida de la esperanza y precedida del amor a Dios, a Cristo y al prójimo. El que permanece en estas virtudes cumple los mandamientos de la justicia, porque quien posee la caridad está muy lejos de todo pecado.

La codicia es la raíz de todos los males. Sabiendo, pues, que sin nada vinimos al mundo y sin nada nos iremos de él, armémonos con las armas de la justicia e instruyámonos primero a nosotros mismos a caminar según los mandamientos del Señor. Enseñad también a vuestras esposas a caminar en la fe que les fue dada, en la caridad y en la castidad; que aprendan a ser fieles y cariñosas con sus maridos, a amar castamente a todos y a educar a sus hijos en el temor de Dios. Que las viudas sean prudentes en la fe del Señor y que oren sin cesar por todos, apartándose de toda calumnia, maledicencia, falso testimonio, amor al dinero, y alejándose de todo mal. Que piensen que ellas son como el altar de Dios y que el Señor lo escudriña todo, pues nada se le oculta de nuestros pensamientos ni de nuestros sentimientos ni de los secretos más íntimos de nuestro corazón.

Y, ya que sabemos que con Dios no se juega, nuestro deber es caminar de una manera digna de sus mandamientos y de su voluntad. De una manera semejante, que los diáconos sean irreprochables ante la santidad de Dios, como ministros que son del Señor y de Cristo, no de los hombres: que no sean calumniadores ni dobles en sus palabras ni amantes del dinero, sino castos en todo, compasivos, caminando conforme a la verdad del Señor, que quiso ser el servidor de todos. Si le somos agradables en esta vida, recibiremos, como premio, la vida futura, tal como nos lo ha prometido el Señor al decirnos que nos resucitará de entre los muertos y que, si nuestra conducta es digna de él y conservamos la fe, reinaremos también con él.

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R/. Todo lo que es verdadero, noble, justo, amable, Todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta.

V/. Lo que aprendisteis y recibisteis, ponedlo por obra. Y el Dios de la paz estará con vosotros.

R/. Todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta.

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Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael

Día 29 de Septiembre

Homilía 34,8-9 (PL 76,1250-1251), de San Gregorio Magno, papa

Hay que saber que el nombre de «ángel» designa la función, no el ser del que lo lleva. En efecto, aquellos santos espíritus de la patria celestial son siempre espíritus, pero no siempre pueden ser llamados ángeles, ya que solamente lo son cuando ejercen su oficio de mensajeros. Los que transmiten mensajes de menor importancia se llaman ángeles, los que anuncian cosas de gran trascendencia se llaman arcángeles.

Por esto, a la Virgen María no le fue enviado un ángel cualquiera, sino el arcángel Gabriel, ya que un mensaje de tal trascendencia requería que fuese transmitido por un ángel de la máxima categoría.

Por la misma razón, se les atribuyen también nombres personales, que designan cuál es su actuación propia. Porque en aquella ciudad santa, allí donde la visión del Dios omnipotente da un conocimiento perfecto de todo, no son necesarios estos nombres propios para conocer a las personas, pero sí lo son para nosotros, ya que a través de estos nombres conocemos cuál es la misión específica para la cual nos son enviados. Y, así, Miguel significa: «¿Quién como Dios?», Gabriel significa: «Fortaleza de Dios» y Rafael significa: «Medicina de Dios».

Por esto, cuando se trata de alguna misión que requiera un poder especial, es enviado Miguel, dando a entender por su actuación y por su nombre que nadie puede hacer lo que sólo Dios puede hacer. De ahí que aquel antiguo enemigo, que por su soberbia pretendió igualarse a Dios, diciendo: Escalaré los cielos, por encima de los astros divinos levantaré mi trono, me igualaré al Altísimo, nos es mostrado luchando contra el arcángel Miguel, cuando, al fin del mundo, será desposeído de su poder y destinado al extremo suplicio, como nos lo presenta Juan: Se trabó una batalla con el arcángel Miguel.

A María le fue enviado Gabriel, cuyo nombre significa «Fortaleza de Dios», porque venía a anunciar a aquel que, a pesar de su apariencia humilde, había de reducir a los Principados y Potestades. Era, pues, natural que aquel que es la fortaleza de Dios anunciara la venida del que es el Señor de los ejércitos y héroe en las batallas.

Rafael significa, como dijimos: «Medicina de Dios»; este nombre le viene del hecho de haber curado a Tobías, cuando, tocándole los ojos con sus manos, lo libró de las tinieblas de su ceguera. Si, pues, había sido enviado a curar, con razón es llamado «Medicina de Dios».

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R/. Un ángel se puso junto al altar del templo con un incensario de oro en sus manos, y le entregaron muchos perfumes. Y por manos del ángel subió a la presencia del Señor el humo de los perfumes.

V/. Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes.

R/. Y por manos del ángel subió a la presencia del Señor el humo de los perfumes.

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28 de septiembre de 2008

Estáis salvados por gracia

Domingo XXVI Semana del tiempo ordinario

Carta a los Filipenses 1,1-2,3, de San Policarpo

Policarpo y los presbíteros que están con él a la Iglesia Dios que vive como forastera en Filipos: Que la misericordia y la paz, de parte de Dios todopoderoso y de Jesucristo, nuestro salvador, os sean dadas con toda plenitud.

Sobremanera me he alegrado con vosotros, en nuestro Señor Jesucristo, al enterarme de que recibisteis a quienes son imágenes vivientes de la verdadera caridad y de que asististeis, como era conveniente, a quienes estaban cargados de cadenas dignas de los santos, verdaderas diademas de quienes han sido escogidos por nuestro Dios y Señor. Me he alegrado también al ver cómo la raíz vigorosa de vuestra fe, celebrada desde tiempos antiguos, persevera hasta el día de hoy y produce abundantes frutos en nuestro Señor Jesucristo, quien, por nuestros pecados, quiso salir al encuentro de la muerte, y Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte. No lo veis, y creéis en él con un gozo inefable y transfigurado, gozo que muchos desean alcanzar, sabiendo como saben que estáis salvados por su gracia, y no se debe a las obras, sino a la voluntad de Dios en Cristo Jesús.

Por eso, estad interiormente preparados y servid al Señor con temor y con verdad, abandonando la vana palabrería y los errores del vulgo y creyendo en aquel que resucitó a nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos y le dio gloria, colocándolo a su derecha; a él le fueron sometidas todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, y a él obedecen todos cuantos tienen vida, pues él ha de venir como juez de vivos y muertos, y Dios pedirá cuenta de su sangre a quienes no quieren creer en él.

Aquel que lo resucitó de entre los muertos nos resucitará también a nosotros, si cumplimos su voluntad y caminamos según sus mandatos, amando lo que él amó y absteniéndonos de toda injusticia, de todo fraude, del amor al dinero, de la maldición y de los falsos testimonios, no devolviendo mal por mal, o insulto por insulto, ni golpe por golpe, ni maldición por maldición, sino recordando más bien aquellas palabras del Señor, que nos enseña: No juzguéis, y no os juzgarán; perdonad, y seréis perdonados; compadeced, y seréis compadecidos. La medida que uséis la usarán con vosotros. Y: Dichosos los pobres y los perseguidos, porque de ellos es el reino de Dios.

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R/. Dios nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestros méritos, sino porque, desde tiempo inmemorial, dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo.

V/. No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria, por tu bondad, por tu lealtad.

R/. Dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo.

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