3 de enero de 2009

El santo Nombre de Jesús

Día 3 de Enero

Sermón 49, art. 1 (Opera omnia 4, 495ss.), de San Bernardino de Siena, presbítero

Éste es aquel santísimo nombre que fue tan deseado por los antiguos patriarcas, anhelado en tantas angustias, prolongado en tantas enfermedades, invocado en tantos suspiros, suplicado en tantas lágrimas, pero donado misericordiosamente en el tiempo de la gracia. Te suplico que ocultes el nombre del poder, que no se escuche el nombre de la venganza, que se mantenga el nombre de la justicia. Danos el nombre de la misericordia, suene el nombre de Jesús en mis oídos, porque entonces tu voz es dulce, y tu rostro, hermoso.

Así pues, el gran fundamento de la fe es el nombre de Jesús, que hace hijos de Dios. En efecto, la fe de la religión católica consiste en el conocimiento y la luz de Jesucristo, que es la luz del alma, la puerta de la vida, el fundamento de la salvación eterna. Si alguien carece de ella o la ha abandonado, camina sin luz por las tinieblas de la noche, y avanza raudo por los peligros con los ojos cerrados y, por mucho que brille la excelencia de la razón, sigue a un guía ciego mientras siga a su propio intelecto para comprender los misterios celestes, o intenta construir una casa olvidándose de los cimientos, o quiere entrar por el tejado dejando de lado la puerta. Por tanto, Jesús es ese fundamento, luz y puerta, que, habiendo de mostrar el camino a los que andaban perdidos, se manifestó a todos como la luz de la fe, por la que el Dios desconocido puede ser deseado y, suplicado, puede ser creído y, creído, puede ser encontrado.

Este fundamento sustenta la Iglesia, que se edifica en el nombre de Jesús. El nombre de Jesús es esplendor de los predicadores, porque con un luminoso esplendor hace anunciar y oír su palabra. ¿Cómo piensas que la luz de la fe se extendió por todo el orbe tanto, tan rápida y encendidamente, a no ser porque Jesús es predicado? ¿No nos llamó Dios a su luz admirable por la luz y sabor de ese nombre? Porque hemos sido iluminados y hemos visto la luz en esa luz, dice Pablo con razón: En otro tiempo erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor: caminad como hijos de la luz.

¡Oh nombre glorioso, nombre grato, nombre amoroso y virtuoso! Por tu medio son perdonados los delitos, por tu medio son vencidos los enemigos, por tu medio son librados los débiles, por tu medio son confortados y alegrados los que sufren en las adversidades. Tú, honor de los creyentes; tú, doctor de los predicadores; tú, fortalecedor de los que obran; tú, sustentador de los vacilantes. Con tu ardiente fervor y calor, se inflaman los deseos, se alcanzan las ayudas suplicadas, se embriagan las almas al contemplarte y, por tu medio, son glorificados todos los que han alcanzado el triunfo en la gloria celeste. Dulcísimo Jesús, haznos reinar juntamente

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R/. Que se alegren, Señor, los que se acogen a ti, con júbilo eterno; protégelos para que se llenen de gozo los que aman tu nombre.

V/. Caminarán, oh Señor, a la luz de tu rostro, tu nombre es su gozo cada día.

R/. Los que aman tu nombre.

R/. Los que aman tu nombre.

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Los dos preceptos de la caridad.

Día 3 de Enero

Tratado sobre el evangelio de san Juan 17,7-9, de San Agustín

Vino el Señor mismo, como doctor en caridad, rebosante de ella, compendiando, como de él se predijo, la palabra sobre la tierra, y puso de manifiesto que tanto la ley como los profetas radican en los dos preceptos de la caridad.

Recordad conmigo, hermanos, aquellos dos preceptos. Pues, en efecto, tienen que seros en extremo familiares, y no sólo veniros a la memoria cuando ahora os los recordamos, sino que deben permanecer siempre grabados en vuestros corazones. Nunca olvidéis que hay que amar a Dios y al prójimo: a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser; y al prójimo como a sí mismo.

He aquí lo que hay que pensar y meditar, lo que hay que mantener vivo en el pensamiento y en la acción, lo que hay que llevar hasta el fin. El amor de Dios es el primero en la jerarquía del precepto, pero el amor del prójimo es el primero en el rango de la acción. Pues el que te puso este amor en dos preceptos no había de proponer primero al prójimo y luego a Dios, sino al revés, a Dios primero y al prójimo después.

Pero tú, que todavía no ves a Dios, amando al prójimo haces méritos para verlo; con el amor al prójimo aclaras tu pupila para mirar a Dios, como sin lugar a dudas dice Juan: Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve.

Que no es más que una manera de decirte: Ama a Dios. Y si me dices: «Señálame a quién he de amar», ¿qué otra cosa he de responderte sino lo que dice el mismo Juan: A Dios nadie lo ha visto jamás? Y para que no se te ocurra creerte totalmente ajeno a la visión de Dios: Dios, dice, es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios. Ama por tanto al prójimo, y trata de averiguar dentro de ti el origen de ese amor; en él verás, tal y como ahora te es posible, al mismo Dios.

Comienza, pues, por amar al prójimo. Parte tu pan con el hambriento, y hospeda a los pobres sin techo; viste al que ves desnudo, y no te cierres a tu propia carne.

¿Qué será lo que consigas si haces esto? Entonces romperá tu luz como la aurora. Tu luz, que es tu Dios, tu aurora, que vendrá hacia ti tras la noche de este mundo; pues Dios ni surge ni se pone, sino que siempre permanece.

Al amar a tu prójimo y cuidarte de él, vas haciendo tu camino. ¿Y hacia dónde caminas sino hacia el Señor Dios, el mismo a quien tenemos que amar con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser? Es verdad que no hemos llegado todavía hasta nuestro Señor, pero sí que tenemos con nosotros al prójimo. Ayuda, por tanto, a aquel con quien caminas, para que llegues hasta aquel con quien deseas quedarte para siempre.

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R/. Dios nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados. Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros.

V/. Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él.

R/. Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros.

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2 de enero de 2009

San Basilio Magno y San Gregorio Nacianceno, obispos y doctores de la Iglesia

Día 2 de Enero

Basilio nació en Cesarea de Capadocia el año 330, de una familia cristiana; hombre de gran cultura y virtud, comenzó a llevar vida eremítica, pero el año 370 fue elevado a la sede episcopal de su ciudad natal. Combatió a los arrianos; escribió excelentes obras y sobre todo reglas monásticas, que rigen aún hoy en muchos monasterios del Oriente. Fue gran bienhechor de los pobres. Murió el día 1 de enero del año 379.
Gregorio nació el mismo año que Basilio, junto a Nacianzo, y se desplazó a diversos lugares por razones de estudio. Siguió a su amigo Basilio en la vida solitaria, pero fue luego ordenado presbítero y obispo. El año 381 fue elegido obispo de Constantinopla, pero, debido a las divisiones existentes en aquella Iglesia, se retiró a Nacianzo donde murió el 25 de enero de 389 o 390. Fue llamado el teólogo, por la profundidad de su doctrina y el encanto de su elocuencia.

Sermón 43, en alabanza de Basilio Magno, 15,16-17.19-21 (PG 36,514-523), de San Gregorio Nacianceno, obispo

Nos habíamos encontrado en Atenas, como la corriente de un mismo río que, desde el manantial patrio, nos había dispersado por las diversas regiones, arrastrados por el afán de aprender, y que, de nuevo, como si nos hubiésemos puesto de acuerdo, volvió a unirnos, sin duda porque así lo dispuso Dios.

En aquellas circunstancias, no me contentaba yo sólo con venerar y seguir a mi gran amigo Basilio, al advertir en él la gravedad de sus costumbres y la madurez y seriedad de sus palabras, sino que trataba de persuadir a los demás, que todavía no lo conocían, a que le tuviesen esta misma admiración. En seguida empezó a ser tenido en gran estima por quienes conocían su fama y lo habían oído.

En consecuencia, ¿qué sucedió? Que fue casi el único, entre todos los estudiantes que se encontraban en Atenas, que sobrepasaba el nivel común y el único que había conseguido un honor mayor que el que parece corresponder a un principiante. Éste fue el preludio de nuestra amistad; ésta la chispa de nuestra intimidad; así fue como el mutuo amor prendió en nosotros.

Con el paso del tiempo, nos confesamos mutuamente nuestras ilusiones y que nuestro más profundo deseo era alcanzar la filosofía, y, ya para entonces, éramos el uno para el otro todo lo compañeros y amigos que nos era posible ser, de acuerdo siempre, aspirando a idénticos bienes y cultivando cada día más ferviente y más íntimamente nuestro recíproco deseo.

Nos movía un mismo deseo de saber, actitud que suele ocasionar profundas envidias, y, sin embargo, carecíamos de envidia; en cambio, teníamos en gran aprecio la emulación. Contendíamos entre nosotros, no para ver quién era el primero, sino para averiguar quién cedía al otro la primacía; cada uno de nosotros consideraba la gloria del otro como propia.

Parecía que teníamos una misma alma que sustentaba dos cuerpos. Y, si no hay que dar crédito en absoluto a quienes dicen que todo se encuentra en todas las cosas, a nosotros hay que hacernos caso si decimos que cada uno se encontraba en el otro y junto al otro.

Una sola tarea y afán había para ambos, y era la virtud, así como vivir para las esperanzas futuras de tal modo que, aun antes de haber partido de esta vida, pudiese decirse que habíamos emigrado ya de ella. Ése fue el ideal que nos propusimos, y así tratábamos de dirigir nuestra vida y todas nuestras acciones, dóciles a la dirección del mandato divino, acuciándonos mutuamente en el empeño por la virtud; y, a no ser que decir esto vaya a parecer arrogante en exceso, éramos el uno para el otro la norma y regla con la que se discierne lo recto de lo torcido.

Y, así como otros tienen sobrenombres, o bien recibidos de sus padres, o bien suyos propios, o sea, adquiridos con los esfuerzos y orientación de su misma vida, para nosotros era maravilloso ser cristianos, y glorioso recibir este nombre.

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R/. El Señor da sabiduría a los sabios, y ciencia a los expertos, revela los secretos más profundos, y la luz habita junto a él.

V/. El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como a él le parece.

R/. Revela los secretos más profundos, y la luz habita junto a él.

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1 de enero de 2009

Santa María, Madre de Dios

Día 1 de Enero

La Palabra tomó de María nuestra condición humana

Carta a Epicteto 5-9, de San Atanasio

La Palabra tendió una mano a los hijos de Abrahán, afirma el Apóstol, y por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos y asumir un cuerpo semejante al nuestro. Por esta razón, en verdad, María está presente en este misterio, para que de ella la Palabra tome un cuerpo, y, como propio, lo ofrezca por nosotros. La Escritura habla del parto y afirma: Lo envolvió en pañales; se proclaman dichosos los pechos que amamantaron Señor, y, por el nacimiento de este primogénito, fue ofrecido el sacrificio prescrito. El ángel Gabriel había anunciado esta concepción con palabras muy precisas, cuando dijo a María no simplemente «lo que nacerá en ti» -para que no se creyese que se trataba de un cuerpo introducido desde el exterior-, sino de ti, para que creyésemos que aquel que era engendrado en María procedía realmente de ella.

Las cosas sucedieron de esta forma para que la Palabra, tomando nuestra condición y ofreciéndola en sacrificio, la asumiese completamente, y revistiéndonos después a nosotros de su condición, diese ocasión al Apóstol para afirmar lo siguiente: Esto corruptible tiene que vestirse de incorrupción, y esto mortal tiene que vestirse de inmortalidad.

Estas cosas no son una ficción, como algunos juzgaron; ¡tal postura es inadmisible! Nuestro Salvador fue verdaderamente hombre, y de él ha conseguido la salvación el hombre entero. Porque de ninguna forma es ficticia nuestra salvación ni afecta sólo al cuerpo, sino que la salvación de todo el hombre, es decir, alma y cuerpo, se ha realizado en aquel que es la Palabra.

Por lo tanto, el cuerpo que el Señor asumió de María era un verdadero cuerpo humano, conforme lo atestiguan las Escrituras; verdadero, digo, porque fue un cuerpo igual al nuestro. Pues María es nuestra hermana, ya que todos nosotros hemos nacido de Adán.

Lo que Juan afirma: La Palabra se hizo carne, tiene la misma significación, como se puede concluir de la idéntica forma de expresarse. En san Pablo encontramos escrito: Cristo se hizo por nosotros un maldito. Pues al cuerpo humano, por la unión y comunión con la Palabra, se le ha concedido un inmenso beneficio: de mortal se ha hecho inmortal, de animal se ha hecho espiritual, y de terreno ha penetrado las puertas del cielo.

Por otra parte, la Trinidad, también después de la encarnación de la Palabra en María, siempre sigue siendo la Trinidad, no admitiendo ni aumentos ni disminuciones; siempre es perfecta, y en la Trinidad se reconoce una única Deidad, y así la Iglesia confiesa a un único Dios, Padre de la Palabra.

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R/. No sé con qué alabanzas ensalzarte, oh santa e inmaculada virginidad. Porque llevaste en tu seno al que los cielos no pueden abarcar.

V/. Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre.

R/. Porque llevaste en tu seno al que los cielos no pueden abarcar.

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31 de diciembre de 2008

El nacimiento del Señor es nuestra paz

Séptimo día de la octava de Navidad., 31 de Diciembre

Sermón en la Natividad del Señor 6,2-3.5, de San León Magno

Aunque aquella infancia, que la majestad del Hijo de Dios se dignó hacer suya, tuvo como continuación la plenitud de una edad adulta, y, después del triunfo de su pasión y resurrección, todas las acciones de su estado de humildad, que el Señor asumió por nosotros, pertenecen ya al pasado, la festividad de hoy renueva ante nosotros los sagrados comienzos de Jesús, nacido de la Virgen María; de modo que, mientras adoramos el nacimiento de nuestro Salvador, resulta que estamos celebrando nuestro propio comienzo.

Efectivamente, la generación de Cristo es el comienzo del pueblo cristiano, y el nacimiento de la cabeza lo es al mismo tiempo del cuerpo.

Aunque cada uno de los que llama el Señor a formar parte de su pueblo sea llamado en un tiempo determinado y aunque todos los hijos de la Iglesia hayan sido llamados cada uno en días distintos, con todo, la totalidad de fieles, nacida en la fuente bautismal, ha nacido con Cristo en su nacimiento, del mismo modo que ha sido crucificada con Cristo en su pasión, ha sido resucitada en su resurrección y ha sido colocada a la derecha del Padre en su ascensión.

Cualquier hombre que cree -en cualquier parte del mundo-, y se regenera en Cristo, una vez interrumpido el camino de su vieja condición original, pasa a ser un nuevo hombre al renacer; y ya no pertenece a la ascendencia de su padre carnal, sino a la simiente del Salvador, que se hizo precisamente Hijo del hombre, para que nosotros pudiésemos llegar a ser hijos de Dios.

Pues si él no hubiera descendido hasta nosotros revestido de esta humilde condición, nadie hubiera logrado llegar hasta él por sus propios méritos

Por eso, la misma magnitud del beneficio otorgado exige de nosotros una veneración proporcionada a la excelsitud de esta dádiva. Y, como el bienaventurado Apóstol nos enseña, no hemos recibido el espíritu de este mundo, sino el Espíritu que procede de Dios, a fin de que conozcamos lo que Dios nos ha otorgado; y el mismo Dios sólo acepta como culto piadoso el ofrecimiento de lo que os ha concedido.

Y qué podremos encontrar en el tesoro de la divina largueza tan adecuado al honor de la presente festividad como la paz, lo primero que los ángeles pregonaron en el nacimiento del Señor?

La paz es la que engendra los hijos de Dios, alimenta el amor y origina la unidad, es el descanso de los bienaventurados y la mansión de la eternidad. El fin propio de la paz y su fruto específico consiste en que se unan a Dios los que el mismo Señor separa del mundo.

Que los que no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios, ofrezcan, por tanto, al Padre la concordia que es propia de hijos pacíficos, y que todos los miembros de la adopción converjan hacia el Primogénito de la nueva creación, que vino a cumplir la voluntad del que le enviaba y no la suya: puesto que la gracia del Padre no adoptó como herederos a quienes se hallaban en discordia e incompatibilidad, sino a quienes amaban y sentían lo mismo. Los que han sido reformados de acuerdo con una sola imagen deben ser concordes en el espíritu.

El nacimiento del Señor es el nacimiento de la paz; y así dice el Apóstol: Él es nuestra paz; él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, ya que, tanto los judíos como los gentiles, por su medio podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu.

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R/. Ahora, por la sangre de Cristo, estáis cerca los que antes estabais lejos. Él es nuestra paz. Él ha hecho de los dos pueblos, judíos y gentiles, una sola cosa.

V/. Vino y trajo la noticia de la paz: paz a vosotros, los de lejos; paz también a los de cerca.

R/. Él es nuestra paz. Él ha hecho de los dos pueblos, judíos y gentiles, una sola cosa.

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San Silvestre I, papa

Dia 31 de Diciembre

De la Historia eclesiástica (Lib 10, 1-3: PG 20, 842-847), de Eusebio de Cesarea, obispo


A Dios todopoderoso y rey del universo, gracias por todas las cosas; y también gracias plenas a Jesucristo salvador y redentor de nuestras almas, por quien rogamos que se conserve perfectamente nuestra paz firme y estable, libre de los peligros exteriores y de todas las perturbaciones y adversas disposiciones del espíritu.

El día sereno y claro, no oscurecido por ninguna nube iluminaba, con su luz celeste, las Iglesias de Cristo, difundidas por todo el mundo. Incluso aquellos que no participaban en nuestra comunión gozaban, si no tan plenamente como nosotros, al menos de algún modo, de los bienes que Dios nos había concedido.

Para nosotros, los que hemos colocado nuestra esperanza en Cristo, una alegría indescriptible y un gozo divino iluminaba nuestros rostros, al contemplar cómo todos aquellos lugares que habían sido arrasados por la impiedad de los tiranos revivían como si resurgieran de una larga y mortal devastación. Veíamos los templos levantarse de sus ruinas hasta una altura infinita y resplandecer con un culto y un esplendor mucho mayor que el de aquellos que habían sido destruidos.

Además, se nos ofrecía el espectáculo, deseado y anhelado, de las fiestas de dedicación en todas las ciudades de consagración de iglesias recientemente construidas.

Para estas festividades, concurrían numerosos obispos peregrinos innumerables, venidos de todas partes, incluso de las más lejanas regiones; se manifestaban los sentimientos de amistad y caridad de unos pueblos con otros. Ya que todos los miembros del cuerpo de Cristo se unían en una idéntica armonía.

Era el cumplimiento del anuncio profético, que, con antelación y de una manera recóndita, predecía lo que había de suceder: Los huesos se juntaron hueso con hueso, y también de otras muchas palabras proféticas oscuramente enigmáticas.

La misma fuerza del Espíritu divino circulaba por todos los miembros; todos pensaban y sentían lo mismo; idéntico ardor en la fe, y única la armonía para glorificar Dios.

Los obispos celebraban solemnes ceremonias, y los sacerdotes ofrecían los puros sacrificios, conforme a los augustos ritos de la Iglesia; se cantaban los salmos, se escuchaban las palabras que Dios nos ha transmitido, se ejecutaban los divinos y arcanos ministerios, y se comunicaban los místicos símbolos de la pasión salvadora.

Una festiva multitud de gente de toda edad y sexo glorificaba a Dios, autor de todos los bienes, con oraciones y acciones de gracias.

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R/. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón; a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo; y sed agradecidos, porque todos sois uno en Cristo Jesús.

V/. Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles.

R/. Porque todos sois uno en Cristo Jesús.

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30 de diciembre de 2008

Fiesta de la Sagrada Familia

Domingo después de Navidad

Alocución en Nazaret 5-I-1964, de Paulo VI


Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde se inicia el conocimiento de su Evangelio.

Aquí aprendemos a observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso de esta sencilla, humilde y encantadora manifestación del Hijo de Dios entre los hombres. Aquí se aprende incluso, quizá e una manera casi insensible, a imitar esta vida.

Aquí se nos revela el método que nos hará descubrir quién es Cristo. Aquí comprendemos la importancia que tiene el ambiente que rodeó su vida durante su estancia entre nosotros, y lo necesario que es el conocimiento de los lugares, los tiempos, las costumbres, el lenguaje, las prácticas religiosas, en una palabra, de todo aquello de que Jesús se sirvió para revelarse al mundo. Aquí todo habla, todo tiene un sentido.

Aquí, en esta escuela, comprendemos la necesidad de la disciplina espiritual si queremos seguir las enseñanzas del Evangelio y ser discípulos de Cristo.

¡Cómo quisiéramos ser otra vez niños y volver a esta humilde pero sublime escuela de Nazaret! ¡Cómo quisiéramos volver a empezar, junto a María, nuestra iniciación a la verdadera ciencia de la vida y a la más alta sabiduría de la verdad divina!

Pero estamos aquí como peregrinos y debemos renunciar al deseo de continuar en esta casa el estudio, nunca terminado, del conocimiento del Evangelio. Mas no partiremos de aquí sin recoger rápida, casi furtivamente, algunas enseñanzas de la lección de Nazaret.

Su primera lección es el silencio. Cómo desearíamos que se renovara y fortaleciera en nosotros el amor al silencio, este admirable e indispensable hábito del espíritu, tan necesario para nosotros, que estamos aturdidos por tanto ruido, tanto tumulto, tantas voces de nuestra ruidosa y en extremo agitada vida moderna. Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento y la interioridad, enséñanos a estar siempre dispuestos a escuchar las buenas inspiraciones y la doctrina de los verdaderos maestros. Enséñanos la necesidad y el valor de una conveniente formación, del estudio, de la meditación, de una vida interior intensa, de la oración personal que sólo Dios ve.

Se nos ofrece además una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irreemplazable que es su pedagogía y lo fundamental e incomparable que es su función en el plano social.

Finalmente, aquí aprendemos también la lección del trabajo. Nazaret, la casa del hijo del artesano: cómo deseamos comprender más en este lugar la austera pero redentora ley del trabajo humano y exaltarla debidamente; restablecer la conciencia de su dignidad, de manera que fuera a todos patente; recordar aquí, bajo este techo, que el trabajo no puede ser un fin en sí mismo, y que su dignidad y la libertad para ejercerlo no provienen tan sólo de sus motivos económicos, sino también de aquellos otros valores que lo encauzan hacia un fin más noble.

Queremos finalmente saludar desde aquí a todos los trabajadores del mundo y señalarles al gran modelo, al hermano divino, al defensor de todas sus causas justas, es decir: a Cristo, nuestro Señor.

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R/. Alegraos, enmendaos, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Cantad y tocad con toda el alma para el Señor.

V/. Lo que hacéis, hacedlo con toda el alma, como para servir al Señor y no a los hombres.

R/. Cantad y tocad con toda el alma para el Señor.

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La Palabra hecha carne nos diviniza

Día sexto de la octava de Navidad, 30 de Diciembre

Refutación de todas las herejías 10,33-34, de San Hipólito


No prestamos nuestra adhesión a discursos vacíos ni nos dejamos seducir por pasajeros impulsos del corazón como tampoco por el encanto de discursos elocuentes, sino que nuestra fe se apoya en las palabras pronunciadas por el poder divino. Dios se las ha ordenado a su Palabra, y la Palabra las ha pronunciado, tratando con ellas de apartar al hombre de la desobediencia, no dominándolo como a un esclavo por la violencia que coacciona, sino apelando a su libertad y plena decisión.

Fue el Padre quien envió la Palabra, al fin de los tiempos. Quiso que no siguiera hablando por medio de un profeta, ni que se hiciera adivinar mediante anuncios velados; sino que le dijo que se manifestara a rostro descubierto, a fin de que el mundo, al verla, pudiera salvarse.

Sabemos que esta Palabra tomó un cuerpo de la Virgen, y que asumió al hombre viejo, transformándolo. Sabemos que se hizo hombre de nuestra misma condición, porque, si no hubiera sido así, sería inútil que luego nos prescribiera imitarle como maestro. Porque, si este hombre hubiera sido de otra naturaleza, ¿cómo habría de ordenarme las mismas cosas que él hace, a mí, débil por nacimiento, y cómo sería entonces bueno y justo?

Para que nadie pensara que era distinto de nosotros, se sometió a la fatiga, quiso tener hambre y no se negó a pasar sed, tuvo necesidad de descanso y no rechazó el sufrimiento, obedeció hasta la muerte y manifestó su resurrección, ofreciendo en todo esto su humanidad como primicia, para que tú no te descorazones en medio de tus sufrimientos, sino que, aun reconociéndote hombre, aguardes a tu vez lo mismo que Dios dispuso para él.

Cuando contemples ya al verdadero Dios, poseerás un cuerpo inmortal e incorruptible, junto con el alma, y obtendrás el reino de los cielos, porque, sobre la tierra, habrás reconocido al Rey celestial; serás íntimo de Dios, coheredero de Cristo, y ya no serás más esclavo de los deseos, de los sufrimientos y de las enfermedades, porque habrás llegado a ser dios.

Porque todos los sufrimientos que has soportado, por ser hombre, te los ha dado Dios precisamente porque lo eras; pero Dios ha prometido también otorgarte todos sus atributos, una vez que hayas sido divinizado y te hayas vuelto inmortal. Es decir, conócete a ti mismo mediante el conocimiento de Dios, que te ha creado, porque conocerlo y ser conocido por él es la suerte de su elegido.

No seáis vuestros propios enemigos, ni os volváis hacia atrás, por Cristo es el Dios que está por encima de todo: él ha ordenado purificar a los hombres del pecado, y él es quien renueva al hombre viejo, al que ha llamado desde el comienzo imagen suya, mostrando, por su impronta, el amor que te tiene. Y, si tú obedeces sus órdenes y te haces buen imitador de este buen maestro, llegarás a ser semejante a él y recompensado por él; porque Dios no es pobre, y te divinizará para su gloria.R/. La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.

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R/. La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.

V/.
Apareció en el mundo y vivió entre los hombres.

R/. Y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.

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29 de diciembre de 2008

En la plenitud de los tiempos

Día quinto día de la octava de Navidad, 29 de Diciembre

Sermón en la Epifanía del Señor 1,1-2, de San Bernardo


Ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre. Gracias sean dadas a Dios, que ha hecho abundar en nosotros el consuelo en medio de esta peregrinación, de este destierro, de esta miseria.

Antes de que apareciese la humanidad de nuestro Salvador, su bondad se hallaba también oculta, aunque ésta ya existía, pues la misericordia del Señor es eterna. ¿Pero cómo, a pesar de ser tan inmensa, iba a poder ser reconocida? Estaba prometida, pero no se la alcanzaba a ver; por lo que muchos no creían en ella. Efectivamente, en distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios por lo profetas. Y decía: Yo tengo designios de paz y no de aflicción. Pero ¿qué podía responder el hombre que sólo experimentaba la aflicción e ignoraba la paz? ¿Hasta cuándo vais a estar diciendo: "Paz, paz", y no hay paz? A causa de lo cual los mensajeros de paz lloraban amargamente, diciendo: Señor, ¿quién creyó nuestro anuncio? Pero ahora los hombres tendrán que creer a sus propios ojos, y que los testimonios de Dios se han vuelto absolutamente creíbles. Pues para que ni una vista perturbada puede dejar de verlo, puso su tienda al sol.

Pero de lo que se trata ahora no es de la promesa de la paz, sino de su envío; no de la dilatación de su entrega, sino de su realidad; no de su anuncio profético, sino de su presencia. Es como si Dios hubiera vaciado sobre la tierra un saco lleno de su misericordia; un saco que habría de desfondarse en la pasión, para que se derramara nuestro precio, oculto en él; un saco pequeño, pero lleno. Y que un niño se nos ha dado, pero en quien habita toda la plenitud de la divinidad. Ya que, cuando llegó la plenitud del tiempo, hizo también su aparición la plenitud de la divinidad. Vino en carne mortal para que, al presentarse así ante quienes eran carnales, en la aparición de su humanidad se reconociese su bondad. Porque, cuando se pone de manifiesto la humanidad de Dios, ya no puede mantenerse oculta su bondad. ¿De qué manera podía manifestar mejor su bondad que asumiendo mi carne? La mía, no la de Adán, es decir, no la que Adán tuvo antes del pecado.

¿Hay algo que pueda declarar más inequívocamente la misericordia de Dios que el hecho de haber aceptado nuestra miseria? ¿Qué hay más rebosante de piedad que la Palabra de Dios convertida en tan poca cosa por nosotros? Señor, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? Que deduzcan de aquí los hombres lo grande que es el cuidado que Dios tiene de ellos; que se enteren de lo que Dios piensa y siente sobre ellos. No te preguntes, tú, que eres hombre, por que has sufrido, sino por lo que sufrió él. Deduce de todo lo que sufrió por ti, en cuánto te tasó, y así su bondad se te hará evidente por su humanidad. Cuanto más bueno se hizo en su humanidad, tanto más grande se reveló en su bondad; y cuanto más se dejó envilecer por mí, tanto más querido me es ahora. Ha aparecido -dice el Apóstol- la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre. Grandes y manifiestos son, sin duda, la bondad y el amor de Dios, y gran indicio de bondad reveló quien se preocupó de añadir a la humanidad el nombre Dios.

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R/. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos. Por pura iniciativa suya, para que la gloria de su gracia redunde en alabanza suya.

V/. A los que había escogido, él los predestinó a ser imagen de su Hijo.

R/. Por pura iniciativa suya, para que la gloria de su gracia redunde en alabanza suya.

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Santo Tomás Becket, obispo

Día 29 de Diciembre

Carta 74: /PL 190, 533-536), de Santo Tomás Becket, obispo


Si nos preocupamos por ser lo que decimos ser y queremos conocer la significación de nuestro nombre -nos designan obispos y pontífices-, es necesario que consideremos e imitemos con gran solicitud las huellas de aquel que, constituido por Dios Sumo Sacerdote eterno, se ofreció por nosotros al Padre en el ara de la cruz. Él es el que, desde lo más alto de los cielos, observa atentamente todas sus acciones y sus correspondientes intenciones para dar cada uno según sus obras.

Nosotros hacemos su vez en la tierra, hemos conseguido la gloria del nombre y el honor de la dignidad, y poseemos temporalmente el fruto de los trabajos espirituales; sucedemos a los apóstoles y a los varones apostólicos en la más alta responsabilidad de las Iglesias, para que, por medio de nuestro ministerio, sea destruido el imperio del pecado y de la muerte, y el edificio de Cristo, ensamblado por la fe y el progreso de las virtudes, se levante hasta formar un templo consagrado al Señor.

Ciertamente que es grande el número de los obispos. En la consagración prometimos ser solícitos en el deber de enseñar, de gobernar y de ser más diligentes en el cumplimiento de nuestra obligación, y así lo profesamos cada día con nuestra boca; pero, ¡ojalá que la fe prometida se desarrolle por el testimonio de las obras! La mies es abundante y, para recogerla y almacenarla en el granero del Señor, no sería suficiente ni uno ni pocos obispos.

¿Quién se atreve a dudar de que la Iglesia de Roma en la cabeza de todas las Iglesias y la fuente de la doctrina católica? ¿Quién ignora que las llaves del reino de los cielos fueron entregadas a Pedro? ¿Acaso no se edifica toda la Iglesia sobre la fe y la doctrina de Pedro, hasta que lleguemos todos al hombre perfecto en la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios?

Es necesario, sin duda, que sean muchos los que planten, muchos los que rieguen, pues lo exige el avance de la predicación y el crecimiento de los pueblos. El mismo pueblo del antiguo Testamento, que tenía un solo altar necesitaba de muchos servidores; ahora, cuando han llegado los gentiles, a quienes no sería suficiente para sus inmolaciones toda la leña del Líbano y para sus holocaustos no sólo los animales del Líbano, sino, incluso, los de toda Judea, será mucho más necesario la pluralidad de ministros.

Sea quien fuere el que planta y el que riega, Dios no da crecimiento sino a aquel que planta y riega sobre la fe de Pedro y sigue su doctrina.

Pedro es quien ha de pronunciarse sobre las causa más graves, que deben ser examinadas por el pontífice romano, y por los magistrados de la santa madre Iglesia que él designa, ya que, en cuanto participan de su solicitud, ejercen la potestad que se les confía.

Recordad, finalmente, cómo se salvaron nuestros padres, cómo y en medio de cuántas tribulaciones fue creciendo la Iglesia; de qué tempestades salió incólume la nave de Pedro, que tiene a Cristo como timonel; cómo nuestros antepasados recibieron su galardón y cómo su fe se manifestó más brillante en medio de la tribulación.

Éste fue el destino de todos los santos, para que se cumpla aquello de que nadie recibe el premio si no compite conforme al reglamento.

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R/. El Señor te ha coronado con una diadema de justicia: Te ha vestido el traje de su gloria; en ti habita Dios, el Santo de Israel.

V/. Has combatido bien tu combate, has corrido hasta la meta; ahora te aguarda la corona merecida.

R/. Te ha vestido el traje de su gloria; en ti habita Dios, el Santo de Israel.

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28 de diciembre de 2008

Fiesta de los Santos Niños Inocentes

Día 28 de Diciembre

Sermón 2 sobre el símbolo (PL 40,655), de San Quodvultdeus, obispo


Nace un niño pequeño, un gran Rey. Los magos son atraídos desde lejos; vienen para adorar al que todavía yace en el pesebre, pero que reina al mismo tiempo en el cielo y en la tierra. Cuando los magos le anuncian que ha nacido un Rey, Herodes se turba, y, para no perder su reino, lo quiere matar; si hubiera creído en él, estaría seguro aquí en la tierra y reinaría sin fin en la otra vida.

¿Qué temes, Herodes, al oír que ha nacido un Rey? Él no ha venido para expulsarte a ti, sino para vencer al Maligno. Pero tú no entiendes estas cosas, y por ello te turbas y te ensañas, y, para que no escape el que buscas, te muestras cruel, dando muerte a tantos niños.

Ni el dolor de las madres que gimen, ni el lamento de los padres por la muerte de sus hijos, ni los quejidos y los gemidos de los niños te hacen desistir de tu propósito. Matas el cuerpo de los niños, porque el temor te ha matado a ti el corazón. Crees que, si consigues tu propósito, podrás vivir mucho tiempo, cuando precisamente quieres matar a la misma Vida.

Pero aquél, fuente de la gracia, pequeño y grande, que yace en el pesebre, aterroriza tu trono; actúa por medio de ti, que ignoras sus designios, y libera las almas de la cautividad del demonio. Ha contado a los hijos de los enemigos en el número de los adoptivos.

Los niños, sin saberlo, mueren por Cristo; los padres hacen duelo por los mártires que mueren. Cristo ha hecho dignos testigos suyos a los que todavía no podían hablar. He aquí de qué manera reina el que ha venido para reinar. He aquí que el liberador concede la libertad, y el salvador la salvación.

Pero tú, Herodes, ignorándolo, te turbas y te ensañas y, mientras te encarnizas con un niño, lo estás enalteciendo y lo ignoras.

¡Oh gran don de la gracia! ¿De quién son los merecimientos para que así triunfen los niños? Todavía no hablan, y ya confiesan a Cristo. Todavía no pueden entablar batalla valiéndose de sus propios miembros, y ya consiguen la palma de la victoria.

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R/. Adoraron al que vive por los siglos de los siglos, arrojando sus coronas ante el trono del Señor, su Dios.

V/. Cayeron rostro a tierra ante el trono, y bendijeron al que vive por los siglos de los siglos.

R/. Arrojando sus coronas ante el trono del Señor, su Dios.

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La paz constantiniana

La paz de Constantino

De la Historia eclesiástica (Lib 10, 1-3: PG 20, 842-847), de Eusebio de Cesarea, obispo

A Dios todopoderoso y rey del universo, gracias por todas las cosas; y también gracias plenas a Jesucristo salvador y redentor de nuestras almas, por quien rogamos que se conserve perfectamente nuestra paz firme y estable, libre de los peligros exteriores y de todas las perturbaciones y adversas disposiciones del espíritu.

El día sereno y claro, no oscurecido por ninguna nube iluminaba, con su luz celeste, las Iglesias de Cristo, difundidas por todo el mundo. Incluso aquellos que no participaban en nuestra comunión gozaban, si no tan plenamente como nosotros, al menos de algún modo, de los bienes que Dios nos había concedido.

Para nosotros, los que hemos colocado nuestra esperanza en Cristo, una alegría indescriptible y un gozo divino iluminaba nuestros rostros, al contemplar cómo todos aquellos lugares que habían sido arrasados por la impiedad de los tiranos revivían como si resurgieran de una larga y mortal devastación. Veíamos los templos levantarse de sus ruinas hasta una altura infinita y resplandecer con un culto y un esplendor mucho mayor que el de aquellos que habían sido destruidos.

Además, se nos ofrecía el espectáculo, deseado y anhelado, de las fiestas de dedicación en todas las ciudades de consagración de iglesias recientemente construidas.

Para estas festividades, concurrían numerosos obispos peregrinos innumerables, venidos de todas partes, incluso de las más lejanas regiones; se manifestaban los sentimientos de amistad y caridad de unos pueblos con otros. Ya que todos los miembros del cuerpo de Cristo se unían en una idéntica armonía.

Era el cumplimiento del anuncio profético, que, con antelación y de una manera recóndita, predecía lo que había de suceder: Los huesos se juntaron hueso con hueso, ytambién de otras muchas palabras proféticas oscuramente enigmáticas.

La misma fuerza del Espíritu divino circulaba por todos los miembros; todos pensaban y sentían lo mismo; idéntico ardor en la fe, y única la armonía para glorificar Dios.

Los obispos celebraban solemnes ceremonias, y los sacerdotes ofrecían los puros sacrificios, conforme a los augustos ritos de la Iglesia; se cantaban los salmos, se escuchaban las palabras que Dios nos ha transmitido, se ejecutaban los divinos y arcanos ministerios, y se comunicaban los místicos símbolos de la pasión salvadora.

Una festiva multitud de gente de toda edad y sexo glorificaba a Dios, autor de todos los bienes, con oraciones y acciones de gracias.

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R/. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón; a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo; y sed agradecidos, porque todos sois uno en Cristo Jesús.

V/. Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles.

R/. Porque todos sois uno en Cristo Jesús.

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