9 de agosto de 2008

Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), religiosa y mártir, patrona de Europa

Día 9 de Agosto

Hija de padres judíos, Edith Stein nació en Breslau el día 12 de octubre de 1891. Realizó estudios de filosofía y, tras dedicarse durante un largo periodo de tiempo a la búsqueda de la verdad, recibió el don de la fe y se convirtió a la Iglesia católica. Recibió el Bautismo el día 1 de enero de 1922. Desde ese momento, sirvió a Dios ejerciendo su oficio de profesora y publicando obras filosóficas. En el año 1933 ingresó en la Orden Carmelitana en Colonia y quiso para ella el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz, entregando su vida por el pueblo judío y alemán. Impelida a ausentarse de su patria a causa de la persecución de los judíos, fue acogida en el convento de las Carmelitas de Echt (Holanda) el día 31 de diciembre de 1938. Durante la terrible dominación alemana, fue detenida el 2 de agosto de 1942 y deportada al campo de concentración de Auschwitz-Birkenau (Polonia), destinado a la extinción del pueblo judío. Murió en ese mismo campo de concentración el día 9 de agosto, cruelmente asesinada con gas letal.

De «La Ciencia de la Cruz», de Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edit Stein).

Cristo se sometió al yugo de la ley, guardando plenamente la ley y muriendo por la ley y por medio de la ley. Liberó, por ello, a los que desean recibir la vida. Pero no la pueden recibir, salvo que ellos mismos ofrezcan la suya propia. Porque los que han sido bautizados en Cristo Jesús, en su muerte han sido bautizados. Son sumergidos en su vida para devenir miembros de su cuerpo y padecer y morir con él, como miembros suyos.

Esta vida vendrá abundantemente en el día glorioso, pero ya ahora, mientras vivimos en la carne, participamos de ella, si creemos que Cristo ha muerto por nosotros para darnos la vida. Con esta fe nos unimos con él como los miembros se unen con su cabeza; esta fe nos abre a la fuente de su vida.

Por eso, la fe en el Crucificado, es decir, esa fe viva que lleva aparejada un amor entregado, viene a ser para nosotros puerta de la vida y comienzo de la gloria; de ahí que la Cruz constituya nuestra gloria: Fuera de mí gloriarme en otra cosa que no sea la Cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo.

Quien elige a Cristo ha muerto para el mundo y el mundo para él. Lleva en su cuerpo los estigmas de Cristo, se ve rodeado de flaquezas y despreciado por los hombres, pero, por este mismo motivo, se halla robusto y vigoroso, ya que la fuerza de Dios resplandece en la debilidad.

Con este conocimiento, el discípulo de Jesús no solo acoge la cruz sobre sus espaldas, sino que él mismo se crucifica en ella. Los que son de Jesucristo han crucificado la carne con sus vicios y concupiscencias. Lucharon un duro combate contra su naturaleza a fin de que la vida del pecado muriese en ellos y poder así dar amplia cabida a la vida en el Espíritu. Para esta pelea se precisa una singular fortaleza.

Pero la Cruz no es el fin; la Cruz es la exaltación y mostrará el cielo. La Cruz no sólo es signo, sino también invicta armadura de Cristo: báculo de pastor con el que el divino David se enfrenta contra el malvado Goliat; báculo con el que Cristo golpea enérgicamente la puerta del cielo y la abre. Cuando se cumplan todas estas cosas, la luz divina se difundirá y colmará a cuantos siguen al Crucificado.

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R/. Estoy crucificado con Cristo: Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Que me amó hasta entregarse por mí.

V/. Y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios.

R/. Que me amó hasta entregarse por mí.

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