Nacido en Montfort, poblado de la Bretaña Menor, ordenado sacerdote en París, Luis María Griñón fue designado misionero apostólico por el Papa Clemente XI y recorrió las regiones del oeste francés anunciando el misterio de la Sabiduría eterna, Cristo encarnado y crucificado; enseñando el camino de santidad "a Jesús por María"; asoció a su obra presbíteros, hermanos y hermanas, juntamente con la beata María Luisa Trichet. Murió en la ciudad de Saint Lauent-sur-Sévre de la diócesis de Luçon, el 28 de abril de 1716, dejando muchos escritos, principalmente sobre espiritualidad mariana.
Del Tratado «De la verdadera devoción a la Santísima Virgen» (nn. 120-121.125-126: oeuvres complètes, Seuil, Paris 1966, 562-563.566-567. Cf. Obras completas, BAC, n. 451), de San Luis M. Grignion de Montfort
Siendo así que la cumbre de nuestra perfección consiste en estar identificados, unidos y consagrados a Jesucristo, la mejor devoción es, sin duda, la que más perfectamente nos identifica con Cristo, nos une y nos consagra a él. Y pues María es entre todas las criaturas la más plenamente conforme con su Hijo, de ahí que entre todas las devociones, la que más consagra e identifica a una persona con nuestro Señor es la devoción a la Santísima Virgen, su Madre; y cuanto más se consagre la persona a María, más consagrada estará a Jesucristo.
Por tanto, la consagración perfecta a Jesucristo no es sino la suma y plena consagración de sí mismo a la Santísima Virgen. Y ésta es la devoción que enseño.
Esta forma de devoción se puede llamar muy bien una perfecta renovación de los votos y promesas del bautismo. Pues en ella, el fiel cristiano se entrega todo entero a la Santísima Virgen, y así, por María es todo de Cristo.
De donde resulta que una persona, a la vez queda consagrada a la Santísima Virgen y a Jesucristo: a la Virgen María porque es el camino más apto que el mismo Jesús escogió para unirse a nosotros y unirnos a él; y a Jesús, el Señor, nuestro fin último, es al que debemos todo cuanto somos como a nuestro Redentor y nuestro Dios.
Además, hay que tener en cuenta que toda persona cuando recibe el Bautismo, por sus propias palabras o las del padrino o madrina renuncia solemnemente a Satanás, a sus tentaciones y sus obras, y escoge a Jesucristo como su Maestro y supremo Señor, dispuesto a obedecerle como esclavo de amor. Pues bien, esto es lo que se realiza en la presente devoción. El cristiano renuncia al demonio, al mundo, al pecado y a sí mismo, y se entrega todo entero a Jesucristo por manos de María.
En el Bautismo, no se da uno -al menos expresamente- a Jesucristo por manos de María, ni se hace al Señor entrega del mérito de las buenas obras. Y después del Bautismo, queda todavía el cristiano totalmente libre para aplicar estos méritos a los demás o retenerlos en favor propio. En cambio, con esta devoción el fiel cristiano explícitamente se da a nuestro Señor por manos de María y le entrega totalmente el valor de sus buenas obras.
R/. Señor, yo soy tu siervo e hijo de tu esclava. Te ofreceré un sacrificio de alabanza. Aleluya.
V/. Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo.
R/. Te ofreceré un sacrificio de alabanza. Aleluya
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