Nació en Florencia el año 1515; marchó a Roma y se dedicó al cuidado de los jóvenes; destacó en el camino de la perfección cristiana y fundó una asociación para atender a los pobres. Ordenado sacerdote en 1551, fundó la Congregación del Oratorio, en la que se cultivaba especialmente la lectura espiritual, el canto y las obras de caridad. Brilló por sus obras de caridad con el prójimo, por su sencillez y su alegría. Murió el año 1595.
(Sermón 171,1-3.5: PL 38,933-935), de San Agustín, obispo
El Apóstol nos manda alegrarnos, pero en el Señor, no en el mundo. Pues, como afirma la Escritura: El que quiere ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios. Pues del mismo modo que un hombre no puede ser dos señores, tampoco puede alegrarse en el mundo y en el Señor.
Que el gozo en el Señor sea el triunfador, mientras se extingue el gozo en el mundo. El gozo en el Señor siempre debe ir creciendo, mientras que el gozo en el mundo ha de ir disminuyendo hasta que se acabe. No afirmamos esto como si no debiéramos alegrarnos mientras estamos en este mundo, sino en el sentido de que debemos alegrarnos en el Señor también cuando estamos en este mundo.
Pero alguno puede decir: «Estoy en el mundo, por tanto, si me alegro, me alegro allí donde estoy». ¿Pero es que por estar en el mundo no estás en el Señor? Escucha al apóstol Pablo cuando habla a los atenienses, según refieren los Hechos de los apóstoles, y afirma de Dios, Señor y creador nuestro: En él vivimos, nos movemos y existimos. El que está en todas partes, ¿en dónde no está? ¿Acaso no nos exhortaba precisamente a esto? El Señor está cerca; nada os preocupe.
Gran cosa es ésta: el mismo que asciende sobre todos los cielos está cercano a quienes se encuentran en la tierra. ¿Quién es éste, lejano y próximo, sino aquel que por su benignidad se ha hecho próximo a nosotros?
Aquel hombre que cayó en manos de unos bandidos, que fue abandonado medio muerto, que fue desatendido por el sacerdote y el levita y que fue recogido, curado y atendido por un samaritano que iba de paso, representa a todo el género humano. Así, pues, como el Justo e Inmortal estuviese lejos de nosotros, los pecadores y mortales, bajó hasta nosotros para hacerse cercano quien estaba lejos.
No nos trata como merecen nuestros pecados pues somos hijos. ¿Cómo lo probamos? El Hijo unigénito murió por nosotros para no ser el único hijo. No quiso ser único quien, único, murió por todos. El Hijo único de Dios ha hecho muchos hijos de Dios. Compró a sus hermanos con su sangre, quiso ser reprobado para acoger a los réprobos, vendido para redimirnos, deshonrado para honrarnos, muerto para vivificarnos.
Por tanto, hermanos, estad alegres en el Señor, no en el mundo: es decir, alegraos en la verdad, no en la iniquidad; alegraos con la esperanza de la eternidad, no con las flores de la vanidad. Alegraos de tal forma que sea cual sea la situación en la que os encontréis, tengáis presente que el Señor está cerca; nada os preocupe.
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V/. Que el Dios de la esperanza colme vuestra fe de alegría y de paz.
R/. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros.
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